domingo, 13 de abril de 2025

Recuerdos del tren (XXXVIII): Descubrimientos en Príncipe Pío

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DESCUBRIMIENTOS EN PRÍNCIPE PÍO


En algún momento de 1981 me enteré, no sé por que medio, que en la estación madrileña de Príncipe Pío, en aquel momento ya con muy poca actividad, se estaba almacenando material para llevarlo en su momento al entonces denominado Museo Nacional Ferroviario que se iba a crear en la estación de Delicias, cerrada ya hacía varios años. Recordando mi visita de tiempos atrás al cocherón de Cuenca, pensé que podrían estar allí “mis viejas glorias” y en cuanto pude me encaminé a la estación con muchas ganas de volver a verlas.

Pude entrar a los andenes principales sin el menor problema –quizás porque la estación aún mantenía una cierta operatividad de cercanías- y empezaron las sorpresas. En la primera vía del andén principal me encontré nada menos que con el “talguillo” 9004-9010, uno de los que había echado de menos en Alcázar y que suponía que era uno de los que habían quedado en Valladolid. Se encontraba en buen estado aunque bastante sucio e incluso conservaba una especie de banda de tela marrón cubriendo la rejilla del radiador, tal como ya había visto en algunas fotos de ellos cuando se encontraban operativos, y supongo que empleados para protegerlos un poco de las fuertes heladas castellanas de invierno. Me alegró mucho ver que al menos uno de los “talguillos”, sucesores de aquellos “rácanos” y “cochinillas” quedaría para la posteridad. 

El “talguillo” con su pequeño y franciscano abrigo (Ángel Rivera)

En la segunda vía, y casi al lado del “talguillo”, había algo que provocó no sólo sorpresa sino una gran impresión: por primera vez veía directamente una “Confederación”. Era la 242-2009 que al parecer llevaba ya varios años acantonada en Príncipe Pío aunque con un viaje intermedio al País Vasco con motivo de participar alguna celebración ferroviaria. ¡Qué poderío y qué belleza de máquina! Pasé muchos minutos mirándola y deleitándome en la increíble sensación de estar yo solo –el andén estuvo todo el tiempo vacío- con “talguillo” y “confe”, como en una agradable e íntima reunión de tres buenos amigos.

                              La “Confe” en solitario (Ángel Rivera)

Cuando me repuse de esa especie de ensimismamiento cambié de andén y anduve algo hacia adelante. Otro diamante en bruto: allí estaba el Ganz 9212, uno de los cinco automotores diésel de bogies que Norte adquirió en 1935 y que hasta finales de los sesenta recorrieron gran parte de la geografía ferroviaria española. Junto a él recordé aquellos viajes a Toledo desde Santa Cruz en él o en uno de sus “hermanos”, a mediados de los sesenta, cuando todavía  intentaban mantenerse con dignidad a pesar de sus achaques. No sabía el pobre 9212 el calvario que todavía le esperaba…

El Ganz 9212…todavía en buena forma… (Ángel Rivera)

Y un poco más allá del Ganz aparecía el tractor trifásico número 3 de la antigua electrificación almeriense de Gádor a Nacimiento. También era la primera vez que lo veía en la realidad porque cuando hice mis viajes a Almería, a mediados de los setenta, ya hacía mucho que habían sido dados de baja y destruidos todos, excepto este número 3. 

(Ángel Rivera)

Y junto a él nada menos que aquel curioso vagón descubierto de bordes altos que se utilizó en las primeras experiencias de cambio de ancho. 



(Ángel Rivera)

Más a la derecha, aparecía nada menos que la “escuadra” de nuestras míticas “cocodrilos”, o estrictamente hablando “pseudococodrilos”. Allí estaban, una tras otra, las 7206, 7301 y 7507. Era una verdadera gozada verlas a las tres juntas en la soledad de la estación pero recordando al mismo tiempo sus entradas y salidas majestuosas de aquel mismo lugar en cabeza de los grandes expresos del norte hasta que fueron desbancadas por las “japonesas verdes”.


(Ángel Rivera)

Todavía quedaban allí algunos vehículos más pero eran ya coches de viajeros, probablemente muy significativos, pero que mi escasa cultura en material remolcado me aconseja no reseñar. Fue en cualquier caso para mí una visita memorable y me da mucha alegría pensar que todos aquellos vehículos –excepto el pobre Ganz que se sigue cayendo a trozos junto a una littorina bajo un toldo en la zona exterior de Delicias- siguen con nosotros en distintas ubicaciones y con mayor o menor suerte, pero están.

Por desgracia no es posible decir lo mismo de los más de sesenta vehículos que también durante aquella época se iban acumulando en la playa de vías de Delicias. Había allí verdaderas joyas de locomotoras, automotores y coches, muchos de ellos en un estado muy aceptable, pero que por incultura, desidia o irresponsabilidad fueron siendo abandonados a los elementos de todo tipo y posteriormente desguazados, algo que nunca hubiera ocurrido en ningún otro país europeo. En este caso no me enteré de que se estaban concentrando allí y hubiera intentado también ir a visitarlos. Quizás mejor así. Este es el recuerdo que empaña y entristece a aquel otro de mi visita a Príncipe Pío un memorable día de 1981.


domingo, 6 de abril de 2025

Recuerdos del tren (XXXVII): En el "Puerta del Sol"

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EN EL “PUERTA DEL SOL”


Durante mi vida profesional hice bastantes viajes al extranjero. Prácticamente todos ellos fueron en avión, pero dos o tres reuniones a las que tuve que asistir se celebraron en París y su horario me permitió combinar obligación y devoción, o lo que es lo mismo, trabajo y afición. Todo se puso a punto para poder hacer uno de los viajes de ida en el “Puerta del Sol”.

“Puerta del Sol” era el nombre del primer expreso directo que se instauró entre Madrid y París. Un servicio que se inauguró el 1 de junio de 1969 y que se caracterizaba porque sus coches de viajeros hacían el recorrido completo entre ambas capitales – y por tanto sin ninguna necesidad de transbordo- mediante el cambio de bogies en Hendaya. 

La verdad es que me apetecía mucho vivir esa experiencia y dado que el costo de ir en avión la tarde del día anterior más el de una noche de hotel en París prácticamente equivalía al de una cabina individual de coche cama, logré que los jefes me lo autorizasen… sin que llegaran a entender del todo el que prefiriera pasar la noche en el tren en vez de dar una vuelta por París…pero bueno, ellos sabían que yo era un poco raro para los viajes.

Debió ser una tarde de 1979 o 1980 cuando me dirigí hacia la estación de Chamartín para emprender ese primer viaje en el “Puerta”. El tren se componía de una locomotora 333 –aunque durante un tiempo  también fue traccionado por las “cuatromiles”- tres o cuatro coches-camas de WagonsLits y otros tres o cuatro coches-litera que con librea azul y blanca llevaban la inscripción “Wasteels” –creo que el nombre de una agencia de viajes francesa- con grandes letras. Además llevaba algún coche de plazas sentadas, coche restaurante y furgón que hacían el recorrido hasta la frontera.

Tras dar un vistazo a la composición me dirigí hacia mi coche y en la puerta fui amablemente recibido por el “conductor” al que entregué el billete y me instaló en mi cabina al tiempo que me preguntaba que turno deseaba para cenar. Pedí el primer turno y me senté junto a la ventanilla. El tren partió puntualmente tras el bocinazo de la 333 y con el característico ruido de sus motores cuando aceleraba.


Una “333” en Chamartín en cabeza de una composición del “Puerta del Sol”

Como no había viajado nunca por la línea del “directo” de Burgos, que se había inaugurado en 1968, me dispuse a verla en detalle. Me encantó el paisaje serrano, pero también me sorprendió mucho la calidad de los edificios de las estaciones junto a su inmensa soledad. Fueron pasando Miraflores, Bustarviejo, Gargantilla, Robregordo-Somosierra, Riaza…y fue entonces cuando me avisaron para ir a cenar al coche restaurante, que, aún siendo de WagonLits, le encontré muy funcional y poco o nada lujoso; supongo que habría sufrido alguna reforma en la que se suprimieron sus oropeles de antaño. 

Tras  la cena, de la que no guardo ningún recuerdo especial, volví a mi cabina que ya estaba en modo noche, con la cama abierta. Tras preguntarme a que hora deseaba desayunar el conductor me dio las buenas noches y me dispuse a leer un rato hasta que, sobre las once de la noche llegamos a Burgos. Tras echar un vistazo a la estación, decidí que era la hora de intentar dormir.

Pero una cosa es intentarlo y otra conseguirlo. Entre Vitoria y la frontera menudean las curvas con lo cual la posición tumbada, y más después de cenar, no era la más agradable. Aún así me adormilé un tiempo tratando de no estar dormido para cuando se procediera a la maniobra de cambio de bogies. Sentí el paso por San Sebastián; miré el reloj y eran las tres de la mañana. Decidí quedarme ya despierto porque en una media hora estaríamos en la frontera. 

Tampoco pude ver mucho; más bien sentí. Tras distintos ruidos en los bajos del coche que debían corresponder a los desenclavamientos de los cerrojos que unen bogies y cajas, sentí que nos elevábamos dos o tres metros y quedábamos suspendidos colgando de unos enormes gatos. Permanecimos así bastantes minutos mientras retiraban el conjunto de bogies de ancho ibérico y los reemplazaban por los de ancho internacional. Después noté el descenso y los ruidos de los nuevos acoplamientos. No creo que la maniobra durase más de quince o veinte minutos pero como el sistema de cambios no podía operar con más de cinco vehículos, había que esperar el cambio de los otros tres o cuatro que también continuaban hasta París. En total, una parada en Hendaya de unos cincuenta minutos si no surgía ninguna incidencia. 

Pero mereció la pena. Tras arrancar de Hendaya sentí como si hubiéramos pasado de una carretera secundaria bastante bacheada a una estupenda autopista, tal era la suavidad y velocidad con que ahora se desplazaba el tren. Eran unas buenas condiciones para dormir y así lo hice sin enterarme de las paradas de Dax ni de Burdeos. Me despertó el conductor cuando quedaban un par de horas para llegar a Paris y creo que me sirvió el desayuno en la misma cabina aunque de eso no tengo un recuerdo claro.

Sobre las nueve y media de la mañana entrábamos en la estación parisina de Austerlitz. Tocaba ahora bajar al metro y despejarse un poco para la reunión. Estaba un poco cansado, es verdad, pero había merecido la pena. Fue mi primera y última experiencia con un expreso mítico que, aún sin desaparecer, dejaría muy pronto de ser lo que era. En mayo de 1981 se puso en servicio el talgo camas Madrid-París y el  “Puerta” siguió funcionando hasta junio de 1996, pero sin coches-cama y aumentando su tiempo de recorrido en más de una hora; ya no era lo mismo. Después, pude hacer otro viaje a París en el talgo…pero tampoco era ya lo mismo. Tuve suerte de poder conocer al mítico “Puerta del Sol” antes de su desaparición.

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