Hablando de trenes
Opiniones y reflexiones de un simple aficionado.
domingo, 8 de septiembre de 2024
Recuerdos del tren (VII): En "verderón" no, por favor
sábado, 7 de septiembre de 2024
Trenes y tiempos: segunda entrega
Las personas que ya recibieron el primer volumen recibirán este otro sin necesidad de solicitarlo mientras las que no lo hayan hecho pueden pedirlo de forma completamente gratuita mediante un correo electrónico a trenesytiempos68@gmail.com
domingo, 1 de septiembre de 2024
Recuerdos del tren (VI): ¡Qué manía con la ventanilla!
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¡QUÉ MANÍA CON LA VENTANILLA!
Comentaba en el capítulo anterior que una vez parado el tren en la estación había un rápido movimiento de personas buscando el vagón que más le convenía, bien porque pareciera que iba más vacío o porque quedaba mejor situado para sus necesidades o planes de viaje. Mis padres también se movían…pero era yo el que frecuentemente les arrastraba tirando de la mano buscando “un vagón de balconcillos”, que era en el que yo quería subir mientras mi padre refunfuñaba diciendo ¡Pero qué más dará! No era para tanto; en realidad esta situación solo se daba con el semidirecto de Cuenca, que podría llevarlos o no; no había problemas con el correo de Valencia porque nunca los llevaba ni con los mixtos entre Aranjuez y Cuenca porque éstos siempre los traían.
En aquella época yo no tenía ni idea de que esos “vagones” eran conocidos por “costas” y más aún que los “vagones de viajeros” no eran “vagones” sino “coches de viajeros”. Tampoco sabía que esos coches habían sido la apuesta de la compañía MZA para modernizar sus trenes de corta distancia; que habían sido construidos entre 1914 y 1928 en número no menor de cuatrocientos y que de ellos trece eran mixtos de primera y segunda clase, 18 de segunda y tercera, 140 de segunda y más de 200 de tercera clase; y que una de las primeras líneas que recorrieron era la que iba paralela a la costa entre Barcelona y Mataró, y de ahí, el apelativo de “costas”. Lo que si hubiera entendido es que su bastidor era metálico ya que sus grandes vigas laterales casi quedaban a la altura de mis ojos de niño cuando los veía y que la caja era de madera porque el color marrón característico del revestimiento con listones de madera de teca era su señal de identidad, la que yo buscaba afanosamente cuando el tren entraba en la estación.
Pero ¿por qué tenía esta fijación por viajar en “costas”? Pues porque en ellos era donde podía disfrutar profundamente del viaje. Con su pasillo central y sus asientos de madera enfrentados en grupos de dos y de tres, tenían entre ellos unas ventanillas muy bajas y además el cristal descendía completamente. Ello, además de permitirme una excelente visibilidad, me posibilitaba poder asomarme con mucha facilidad, casi con medio cuerpo fuera, y ver a la locomotora tomar las curvas contemplando el movimiento de las bielas; algo que hoy, en el caso de que las ventanillas siguieran siendo practicables hubiera estado absolutamente prohibido…y probablemente con mucha razón. Sí es verdad que en los frontales de los coches había un cartel que decía “Es peligroso asomarse al exterior” como había otro con la inscripción de “Se prohíbe escupir en los coches”. Pero eso, había….
Conseguido que subiéramos al coche de balconcillos, yo seguía tirando de la mano de mis padres. Y ahora ¿por qué? Pues porque había que encontrar un departamento con las ventanillas libres o, al menos, una de ellas. Yo oteaba el horizonte buscando una zona donde no se vieran cabezas y donde había escasez de ellas, o incluso ninguna, me iba allí derecho. A veces todo iba bien y rápidamente me acomodaba en mi ventanilla, pero otras veces…¡horror!….el departamento estaba vacío porque había un escape de la calefacción de vapor con un gran charco de agua en el suelo…o porque algún viajero anterior había tenido un mal despertar….y en el suelo quedaba la prueba. La jugada tenía mucho riesgo porque, si pasaba eso, el resto de los viajeros ya había ido ocupando otros sitios –y ventanillas- libres y teníamos que sentarnos dónde pudiéramos….mientras alguien muy cercano refunfuñaba por lo bajo ¡Qué manía de ventanillas! A veces algún viajero se daba cuenta de la situación y me ofrecía la suya, cosa que yo –y mis padres- agradecíamos profundamente.
Pero esto del coche de balconcillos podía tener dos variantes: una buena y otra mala. La “mala” es que, aunque ocurriera muy pocas veces, podía venir un “balconcillos” de la antigua compañía del Norte, mucho más destartalado e incómodo que los de MZA, con lo cual todo mi esfuerzo no había servido para nada. La “buena” es que montáramos en un “costa” pero de los de segunda clase, bien porque el tren no trajera de tercera o bien porque por alguna circunstancia el revisor nos invitara a cambiar de coche. Los “costas” de segunda tenían unos asientos acolchados comodísimos en los que te hundías un poco y te acogían con gran comodidad. Su tela era de un color poco definido como de un gris azulado al que me temo que se unía, para ennegrecerlo un poco, el poso de tantas y tantas “humanidades” que se habían sentado sobre ellos. Pero un niño no pensaba en eso; y menos en aquella época.
Muchos años después he viajado en el tren de la fresa para recordar todas aquellas sensaciones. De los cuatro “costas” que nos quedan tengo especial cariño por el CC 2439 ya que recuerdo que viajé en él y que era uno de los “costa” que más pasaba por Santa Cruz. Recordé, pero ya no era igual: con asientos preasignados, ventanillas clausuradas, o que no bajan del todo, y personas –y personajes- tan distintos, las sensaciones ya no son las mismas. Además, ahora ya no puedes “asomarte al exterior” como antes ni hay nadie que te diga ¡Qué manía con la ventanilla!
jueves, 29 de agosto de 2024
Trenes y tiempos en pdf: primera entrega
Tal como comenté hace unas semanas, tengo el propósito de pasar todas las entradas de mi otro blog "Trenes y tiempos" (más de cuatrocientas) a formato pdf. Mi objetivo es doble: que todo el trabajo realizado no esté sujeto a las incidencias o decisiones sobre un blog así como facilitar la difusión de todo este trabajo de forma totalmente gratuita a las personas interesadas.
Dada la gran cantidad de material mi idea es dividirlo en varios archivos o "tomos". De este modo la sección de "La tracción vapor en RENFE" la publicaré en cinco entregas -una o dos por mes- con los siguientes contenidos
1.-1854 a 1879: De la más antigua locomotora en RENFE a las magníficas 120 de la AVT
2.-1880 a 1890: De las primeras “verracos” hasta las 040 del Torralba a Soria
3.-1891 a 1901: De las 030 Sharp de la AVT a las “Cuatrocientas de la MCP)
4.-1901 a 1920: De las primeras “compound” hasta las primeras “mastodonte” de Andaluces.
5.-1921 a 1960: De las “tanque” del Betanzos a El Ferrol a las “Garrafetas”
Quiero señalar que no soy un experto en edición y ademas he estado muy condicionado en esta tarea por la propia estructura y formato del blog. Se trata por tanto de ediciones muy, muy sencillas, quizás un poco toscas, y sujetas probablemente a algunos errores que espero no sean significativos. En cualquier caso creo que este trabajo puede resultar útil para las personas muy interesadas en la historia de la tracción vapor.
En cualquier caso ya tengo disponible el primer "tomo" a disposición de las personas realmente interesadas. "Pesa" 140 MB y consta de 314 páginas. Quienes deseen disponer de él pueden enviarme un correo solicitándolo a trenesytiempos68@gmail.com indicando el correo donde quieren recibirlo mediante un adjunto o un enlace para su descarga.
domingo, 25 de agosto de 2024
Recuerdos del tren (V): El tren de las nueve
domingo, 18 de agosto de 2024
Recuerdos del tren (IV) Aromas para una adicción
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AROMAS PARA UNA ADICCIÓN
A mis ocho o nueve años, mis padres me compraron una bicicleta verde “de chica” porque también tendría que valer para mi hermana, ya que era una época para pocos dispendios. Por “de chica” se entendía que no llevaba barra central y que iba decorada con una redecilla de colores que, unida al guardabarros posterior, cubría parcialmente la zona superior de la rueda trasera. Pero fuera del tipo que fuera a mí me dio una gran alegría y mucha sensación de libertad.
Bien fuera por mi “eterno agradecimiento” al que me refería en el capítulo anterior o por las influencias que contaba en el primero, muy pronto comencé a encaminarme con ella hacia la estación de tren. Mi casa estaba a un kilómetro o kilómetro y medio y no me llevaba más de siete u ocho minutos llegar hasta allí. Esa facilidad me permitía elegir qué tren quería ver, o ver dos o tres en el mismo día…¿los mixtos de las doce y de las cinco a ver cuál venía con más retraso?...¿el talgo de las nueve de la mañana y el de las ocho de la tarde a ver si llevaban la misma locomotora?...¿o ver si el correo de Valencia traía por casualidad algún coche de “balconcillos”…? Como se ve… ¡eran muchas las cosas importantes que justificaban mi presencia en la estación! Y, además, me atraía el olor, ese olor mezcla de la creosota de las traviesas y de humo, un olor irrepetible y que, como muchos aficionados seguro que corroboran, crea adicción.
Lo que no variaba era mi ubicación cuando estaba allí. Siempre al lado de donde la locomotora tenía que estacionarse. Me encantaba verla como se aproximaba lentamente, y como se paraba en medio de chispas y chirridos metálicos. A veces el maquinista o el fogonero se bajaban para efectuar alguna revisión o engrase, pero lo más normal era que se quedaran acodados en el lateral de la cabina observando la bajada y subida de viajeros y atentos a cualquier indicación que pudiera hacerles el jefe de estación o el jefe de tren.
Salvo que por alguna razón el jefe diera el “marche el tren” con el silbato y el banderín rojo levantado desde el propio edificio de la estación, lo normal es que se dirigiera sin excesiva prisa hacia la locomotora, no sin detenerse casi siempre junto al furgón de equipajes para cambiar impresiones o documentación con el citado jefe de tren, que tenía normalmente su pequeño departamento ubicado en ese furgón.
El lugar dónde ahora se encuentra el rótulo de la estación de Santa Cruz era donde, hace sesenta años, me estacionaba con mi bici, lo más cerca posible de las locomotoras cuando el tren iba en dirección hacia Cuenca.
Y ahora llegaba el gran momento: muchas veces desde la ubicación del furgón, y otras ya junto a la locomotora si la gestión tenía que ser con el propio maquinista, el jefe de estación soplaba su agudo silbato que era inmediatamente respondido por el más grave y profundo de la máquina. A este respecto creo recordar que, en cuanto a esa gravedad y profundidad, estaba por delante de la 1700, la Mikado, pero no estoy seguro… ¡A mí me gustaban los dos!
Entonces se abrían los purgadores y una nube blanca me envolvía rápidamente. Al tiempo, el tiro de la chimenea se fortalecía, el vapor entraba con gran fuerza en los cilindros y la biela motora empujaba a las ruedas que con frecuencia patinaban entre chirridos. En esos instantes el olor de la creosota, el del humo –distinto, naturalmente, si provenía de la combustión del carbón o del fueloil- y el del vapor rápidamente condensado, formaban una mezcla singular y profundamente adictiva que realzaba, más si cabe, aquellos momentos casi oníricos…
Poco a poco los cilindros acompasaban su ritmo con un sonido profundo y casi humano, al tiempo que las ruedas ya no patinaban. Mientras me iba recuperando del trance, desfilaban por delante los coches de viajeros o los vagones de mercancías cada vez más acelerados. Cuando ya el tren se alejaba, yo empuñaba de nuevo el manillar de la bici y comenzaba a pedalear de vuelta a casa. Supongo que el jefe de estación se preguntaría qué demonios haría el chaval que con tanta frecuencia venía y se paraba junto a las locomotoras. No sé si se contestaría algo; lo cierto es que nunca ningún ferroviario me preguntó ni me dio ningún problema. Y desde luego nadie se imaginaba la fuerza y la confianza que aquel chaval recibía de sus locomotoras.
Aquella mezcla de aromas enganchaba tanto que a veces todavía la busco. Aún existe, y si alguna vez se me ve parado junto a esa curiosa estructura de carriles y traviesas que está o estaba en el exterior de la estación de Chamartín, es porque allí, aún debilitada, la encuentro. Y si se me ve por la estación de Santa Cruz acercándome hacia los viejos árboles que están al lado de las antiguas –o actuales- Bodegas Bilbaínas es porque, sesenta años después, todavía la siento allí.
Veteranos aficionados y ferroviarios que amaron profundamente su profesión, seguro que comparten esta adicción a ese olor, un olor que lleva a una vivencia profunda, casi amorosa. Y coincidiremos con Lope, cuando acaba su soneto “Esto es amor” con esta frase:
Quien lo probó, lo sabe.
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domingo, 11 de agosto de 2024
Recuerdos del tren (III): Eterna gratitud
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ETERNA GRATITUD
Me refería en el primer capítulo a los caminos por los que en la infancia –o antes de ella- pueden surgir las vocaciones que alumbran luego toda una vida. Pero, además, existen a veces sucesos singulares que en la mente infantil quedan grabados para siempre, como también lo hacen los personajes o circunstancias que de un modo u otro intervinieron en ellos. Ese fue mi caso y lo que voy a narrar a continuación creo que también tiene que ver con mi actitud siempre comprensiva y respetuosa, cuando no entusiasta, hacia RENFE, sus trenes y sus ferroviarios. Pero empecemos presentando el escenario de los hechos.
En aquellos finales de los cincuenta y primeros sesenta, cuando el Seat “seiscientos” ya había nacido pero aún no se había extendido de la forma en que luego lo hizo, la población hacía un uso intensivo del tren, incluso para trasladarse a un pueblo cercano. Había que casar horarios de idas y vueltas pero, dado que el servicio aún con sus limitaciones de la época era bastante aceptable, siempre se encontraban combinaciones.
Muchas personas de Santa Cruz se trasladaban con frecuencia a Tarancón, distante unos 14 km, para hacer compras, gestiones o una simple visita a familiares. Para ello se podía coger el correo de Madrid a Valencia por Cuenca, que pasaba poco antes de las once de la mañana, y volver, bien en un mixto Cuenca-Aranjuez que salía de Tarancón si todo iba bien –que era mucho decir en el caso de los mixtos- hacia las doce y veinte, o esperar al correo Valencia-Madrid, que pasaba por Tarancón sobre las seis y veinte de la tarde. Otra posibilidad, bastante más “apretada”, pero que podía utilizarse para gestiones muy rápidas –cosa de treinta o cuarenta minutos- era tomar el mixto Aranjuez-Cuenca que pasaba por Santa Cruz sobre las cinco y veinte de la tarde y retornar en el citado correo Valencia-Madrid.
El problema surgía cuando el citado mixto venía retrasado, lo cual solía ocurrir con frecuencia. Y no porque saliera tarde de Aranjuez sino porque, también con frecuencia, tenía que maniobrar en alguna de las estaciones intermedias –normalmente en Ocaña- para tomar o dejar vagones, algo que con un poco de mala suerte podía llevar veinte o treinta minutos...o más. Esa era la razón por la que las personas que llegaban a la estación de Santa Cruz para tomarlo formulasen al jefe de estación la típica pregunta: ¿Con cuánto viene?... Las respuestas podían ser de tres tipos: a) “Viene en hora” (la menos frecuente), b) “viene con cinco (o diez o quince), y c) “¡Uhhh…si todavía no ha salido de Ocaña!”. En este último caso, las personas, -no sé si jurando en arameo por lo bajo- tomaban el camino de retorno al pueblo. En el caso de que la respuesta fuera la segunda se hacía un rápido cálculo mental y se decidía esperar al tren o marcharse.
En fin, en aquella tarde en que con mis seis o siete años acompañé a una tía a Tarancón a comprar petróleo para el “infiernillo” de la cocina, la respuesta debió ser la a). Tomamos el mixto, más o menos a su hora, y sobre las seis menos veinte estábamos allí. No sé si calculamos –calculó mi tía- mal el tiempo o el correo de Valencia venía un poco adelantado, el caso es que cuando ya estábamos cerca de la estación oímos el pitido de la Mikado del correo y echamos a correr. Mala suerte; cuando subíamos las escaleras que conducían al edificio, el tren arrancaba entre resoplidos. Por pura inercia llegamos hasta el andén, al tiempo que yo agarraba una tremenda llantina ya que no quedaría más remedio que pasar la noche en Tarancón en casa de unos familiares… y yo no quería de ninguna manera que eso ocurriera.
El lloro debía ser tan fuerte que el jefe de estación vino a ver que nos pasaba. Viendo mi gran disgusto al buen hombre se le ocurrió una solución salvadora. En la estación había un tren de mercancías que saldría también hacia Santa Cruz cuando el correo hubiera dejado vía libre… ¿Y si nos íbamos en él?... No sé exactamente la gestión que hizo, supongo que debió hablar con el jefe de tren y éste debió compadecerse de nosotros; el caso es que de inmediato nos vimos montados en su furgón rumbo a Santa Cruz. El furgón del jefe de tren en el caso de los mercancías era un vagón mas de este tipo donde había una cabina con una pequeña ventana y supongo que una mínima mesa y una silla. Mi tía y yo no cabíamos lógicamente en ese pequeño recinto y creo que nos ofreció un pequeño taburete donde sentarnos en otra zona del vagón que iba casi vacía. Lo que sí recuerdo con toda claridad es que, mientras mis lágrimas se iban secando, veía por la puerta corredera abierta pasar un mar de viñedos mientras que al fondo ya se vislumbraba Santa Cruz.
Un aburrido jefe de tren descansa sentado en el estribo de su furgón esperando quizás algún cruce (K. Wyrsch)
Solo media hora después de a la que hubiéramos llegado con el correo estábamos de nuevo en la estación. No sé si alguien nos vio bajar o no lo quiso ver; lo que sí hicimos lógicamente fue agradecer efusivamente su amabilidad y compasión a aquel empático jefe de tren que debió saltarse bastante el reglamento para ayudarnos y enjugar las lágrimas de un chavalillo.
¿Cómo no pude yo quedar eternamente agradecido a estos dos ferroviarios y al humilde mercancías? ¡Gratitud eterna a RENFE y a sus gentes!
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Recordando a los jefes de tren de los tiempos de vapor
La Mikado tanque 141-0214 entra en Granada procedente de Moreda con el jefe de tren asomado en la puerta de su furgón (Gustavo Reder)domingo, 4 de agosto de 2024
Recuerdos del tren (II): Junto a un TAF y a un ministro a los tres años
domingo, 28 de julio de 2024
Recuerdos del tren (I): Afición, vocación...
lunes, 22 de julio de 2024
Recuerdos del tren: Introducción
Tal como avanzaba en mi blog "Trenes y tiempos" reactivo ahora este otro de "Hablando de trenes" para dar albergue a un nuevo proyecto que nos mantenga la comunicación entre muchos aficionados seguidores y continue de algún modo nuestras reuniones virtuales semanales, tal como algunos de vosotros me habéis expresado.
Como comentaba en el otro blog, para ello voy a utilizar como linea argumental los capítulos de mi libro "Recuerdos del tren", de manera que publicaré uno de ellos cada domingo durante las próximas cincuenta semanas e incluiré algunas fotos más de las que aparecen en el libro. Espero que sirva como base para el intercambio de recuerdos, datos o informaciones que podrán expresarse tanto en X como en Facebook o en los comentarios del blog. Los enlaces a cada entrada aparecerán en mis cuentas de estas redes sociales pero no en ninguno de los grupos de facebook, dado que no me parece muy adecuado hacerlo en ellos ya que entiendo que no entra dentro de sus objetivos.
Espero que esta iniciativa resulte útil y agradable y se convierta en un punto de reunión virtual para muchos aficionados.
En esta primera entrada incluyo la presentación del libro, el índice y el prólogo de Alfonso Marco.