domingo, 15 de septiembre de 2024

Recuerdos del tren (VIII): Luis, el ordinario

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LUIS, EL ORDINARIO

“Costas” y “verderones” eran los escenarios del viaje y ya han quedado presentados. Es tiempo ahora de hablar de algunos de los actores. Los había que casi nunca “actuaban”: eran personas que solo viajaban por necesidad, en ocasiones muy puntuales, y para los que el viaje, aunque fuera a un lugar cercano, era poco menos que una aventura. Otros lo hacían más o menos esporádicamente por cuestiones de trabajo, familia o salud. Sin embargo algunos aparecían en el escenario prácticamente todos los días: entre los actores fijos de Santa Cruz estaba Luis, el ordinario. Ya me he referido a él en algún capítulo anterior y ello es muestra de la fascinación que ejercía y sigue ejerciendo sobre mí.

En aquellos años cincuenta y primeros sesenta el viaje no constituía en general ninguna actividad hecha por placer o diversión, y además los billetes de RENFE sin ser caros, sobre todo en tercera, no estaban al alcance de todos los bolsillos. Por tanto los viajes se evitaban, sobre todo si el motivo no era urgente o de importancia. Sin embargo, sí se necesitaba de vez en cuando, o incluso de manera periódica, alguna gestión o compra en Madrid o el envío de paquetes de todo tipo, fundamentalmente comida o ropa entre familiares, dada la relativa penuria que todavía existía en la sociedad. Como, lógicamente, no era cuestión de efectuar un viaje siempre que ello ocurría, se recurría a los llamados “ordinarios”.

Felicitación navideña de un "ordinario" o "recadero"

Los “ordinarios” o “recaderos” –siempre entendí esta segunda denominación pero nunca del todo la primera- eran personas que se trasladaban a Madrid desde los pueblos prácticamente todos los días, excepto los festivos, y a los que se encargaban estas tareas o gestiones mediante el pago de algún dinero, siempre un importe muy inferior al costo del billete. Normalmente tenían personas que les ayudaban tanto en el pueblo como en Madrid para recoger encargos, realizarlos y, en su caso, repartir después lo que fuera menester.

Aunque creo que en Santa Cruz había en aquellos tiempos dos ordinarios, para mí el ordinario por definición era siempre Luis. Me producía una extraña fascinación y no poca envidia ver que todos los días viajaba a Madrid en mi querido tren de las nueve y volvía en el no menos querido de las nueve de la noche. 

La jornada de Luis debía empezar muy pronto por la mañana porque tenía que llegar a la estación no después de las ocho y media. Aparecía por allí más o menos a esa hora acompañado a veces de un ayudante y empujando siempre un carrillo de mano donde llevaba distintos paquetes, sobres o cualquier tipo de utensilios que formase parte de las gestiones que tenía que hacer ese día en Madrid. Y con frecuencia también viajaban en el carrillo sacas redondas -y más bien mugrientas- donde iban las latas de las películas que se iban a proyectar en el cine o acababan de serlo y que tenían que devolverse a las oficinas de la distribuidora. 

Luis "el ordinario" (acuarela de Santiago Almarza)


Ya en la estación siempre solía haber alguna o algunas personas esperándole para darle un último encargo y solían permanecer en animada charla hasta que la Mikado entraba con su tren ya por la vía desviada con sus humos, vapores y chirridos.

Siempre será una duda para mí saber si Luis prefería “costas” o “verderones”, o sí incluso llegó a saber alguna vez que se llamaban así. Lo que sí sabía Luis era en qué punto exacto del tren le convenía subir para acelerar al máximo su trabajo. Normalmente lo hacía con rapidez y el ayudante le daba desde abajo por la ventanilla los distintos bultos que tenía que llevar. Y Luis seguro que se sabía ya todos los trucos para colocarlos en aquellos estrechos habitáculos con rapidez y maestría. Ya iniciado el viaje sacaba del bolsillo su libreta, repasaba las tareas y planificaba el día. Y no era raro que en el tren todavía pudiera recibir algún encargo más.

No estoy seguro de sí tenía algún ayudante esperándole en la estación de Atocha pero desde luego sí que lo tenía en una pensión u hostal cercano a la estación. “Paraba” allí (así se decía) que era donde tenía establecida su base de operaciones. Una vez en ella, hacía el reparto de tareas y, tanto él como el o los ayudantes, se dispersaban por Madrid para llevar a cabo “los recados”.

Mientras tanto por su casa de Santa Cruz iban pasando las personas que le habían hecho encargos en días anteriores y eran atendidas por su mujer que distribuía, explicaba, cobraba, y recibía nuevos encargos o algunas reclamaciones.

Ya por la tarde, supongo que a eso de las seis porque el tren de vuelta salía un poco antes de las siete, Luis volvía a Atocha, localizaba al semidirecto –bien sabía él donde lo solían colocar- y subía con sus bultos a uno de los últimos coches, ya que esa ubicación le facilitaba la rápida descarga en Santa Cruz. Una vez llegado, procedía a la descarga de paquetes, normalmente muchos más que a la ida, utilizando nuevamente el camino directo de la ventanilla y con la colaboración de su ayudante santacrucero. De nuevo el carrillo se iba llenando al tiempo que llegaba alguien con prisas para recibir cuanto antes su encargo. Luis atendía y explicaba o razonaba. Mientras tanto el tren ya arrancaba, la “raspa”, renqueante, volvía a la plaza con sus viajeros mientras que otros volvían a casa caminando, A continuación Luis, su ayudante y su carrillo… ¿quizás con nuevas películas? cerraban el grupo con paso decidido. Pero a veces no eran los últimos; un chaval con su bici iba lentamente detrás de ellos sintiendo una fascinación, un respeto…quien sabe si un cariño…que todavía permanece y que nunca llegó a explicarse del todo.


domingo, 8 de septiembre de 2024

Recuerdos del tren (VII): En "verderón" no, por favor

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EN “VERDERÓN” NO, POR FAVOR


Comentaba en el capítulo anterior cuál era el tipo de coche de viajeros que buscaba desaforadamente cuando el tren entraba en la estación pero no he dicho de cuál huía como del pedrisco. Pues huía de los “verderones”. 

Naturalmente yo tampoco tenía idea de que se llamaran así y menos todavía que habían sido introducidos por MZA en sus líneas de largo recorrido, casi al mismo tiempo que los “costa”. Lo que sí sabía es que si montábamos en alguno de ellos me esperaba un viaje aburridísimo. 

"Verderón" de 3ª clase (CARRIL)

La verdad es que la imagen externa no era mala. Aunque la caja era de madera, iba forrada de chapa verde –de ahí su denominación- y daba una cierta imagen de modernidad. No tenían balconcillos sino unos pequeños habitáculos cerrados de entrada en cada extremo y de ellos arrancaba un largo pasillo lateral bastante estrecho que conectaba los diez departamentos del coche. Cada departamento tenía dos bancos enfrentados, con la banqueta y el respaldo forrados de aquel extraño material llamado gutapercha y ligeramente rellenos, muy ligeramente, con crin. Esa gutapercha era la mar de desagradable en cualquier época del año: fría en invierno y nada transpirable en verano, con lo cual en esa época te quedabas literalmente pegado al asiento y más si tenías como yo pantalón corto. Todo el interior del coche estaba pintado en un color crema muy claro, casi blanco, que daba un poco la impresión como de  coche hospital.

Otro "verderón" en 1965 (J. L. Torres)

En cada banco cabían cinco o seis personas separadas por una muy pequeña distancia de las del banco de enfrente, con lo cuál te tragabas conversaciones, estornudos y casi la comida que pudieran estar tomando. Las ventanillas –una veces una y otras dos- quedaban al fondo, casi inaccesibles y casi siempre ocupadas. Además, en caso de que hubiera sitio libre junto a ellas -o te lo dejaran graciosamente- casi no valía la pena: quedaban bastante altas y además no bajaban del todo, con lo cual si te querías asomar tenías que ponerte de rodillas disparando rápidamente los comentarios de tus padres o de algún otro adulto del departamento: “Niño, no molestes”, ¡Qué vas a manchar el asiento, baja de ahí! O “ni se te ocurra asomarte a la ventanilla”…comentarios que nunca se daban en los “costa”, dado lo accesible de las ventanillas, la cercanía de tus padres y el menor número de personas en el departamento. 

Interior de un "verderón" (AHF/MFM)

Existía la alternativa de salir al pasillo y buscarte ahí una ventanilla. Difícil también; Las zonas para los equipajes situadas sobre los asientos eran muy pequeñas y con poca profundidad, por tanto era difícil colocar allí los bultos voluminosos, y, además, existía la posibilidad de que en alguna sacudida del tren, pudieran caer sobre la cabeza de alguna o algunas personas. En esa situación se colocaban frecuentemente en el pasillo convirtiéndolo en un verdadero circuito de obstáculos. De este modo era muy difícil conseguir una ventanilla “sana” y si lo hacías eras molestado –y estabas continuamente molestando-  a quienes circulaban por el pasillo, revisor incluido. En fin, en esa situación la alternativa era quedarte en el asiento, leer un tebeo si lo llevabas y tener suerte de que el vecino o vecina de enfrente no se pusiera a hacerte preguntas bobas o a decirle a tus padres lo rico o aplicado que eras. 

Siempre me ha llamado la atención que MZA dedicara estos coches a “largo recorrido” dado lo tremendamente incómodos que eran; no me imagino hacerse 300 o 400 km en esas condiciones. Quizás en la época en que se introdujeron sí supusieron una mejora sustancial pero ya en los años de RENFE era un diseño a superar. Por eso, y por la escasez general de material, supongo que en la compañía cursó un amplísimo pedido de coches metálicos de las series 5000 y 6000 que, éstos sí, eran mucho más cómodos y con unas dimensiones mucho más generosas. De este modo, los “verderones” fueron pasando a trenes de menor recorrido como los ómnibus o semidirectos mientras que rápidos y expresos empezaron a llevar de forma casi exclusiva estos nuevos coches. También empezaron a formar parte de algunos correos de largo recorrido. Así ocurría en el de Madrid a Valencia por Cuenca, si bien mezclados todavía con algún “verderón”.

En cualquier caso, debo reconocer que, aún en aquella época de “costas” y “verderones”, RENFE tenía coches de tercera clase de pasillo lateral bastante más cómodos. Creo que habían pertenecido a la compañía del Norte e iban también, como los “costa” forrados de listones de madera de teca pero por dentro eran mucho más acogedores. Supongo que RENFE los utilizaba en trenes de mayor “prestigio”; en mi caso los conocí viajando entre Aranjuez y Toledo en el tren conocido como “El Turista” que salía todas las mañanas desde Madrid hacia las nueve horas traccionado normalmente por una Mikado y que retornaba por la tarde saliendo de Toledo hacia las siete de la tarde. Como su nombre indicaba era el tren utilizado casi exclusivamente por un gran número de visitantes extranjeros que iban a pasar el día en Toledo y a los que supongo que había que causar la mejor impresión posible…Pero he de confesar que, de vez en cuando, se colaba algún verderón. Lo que sin embargo no ocurría casi nunca es que llevara “costas”. Lo sabía y me resignaba…

sábado, 7 de septiembre de 2024

Trenes y tiempos: segunda entrega

Tal como anuncié en una anterior entrada de este blog continúo con la publicación de las entradas de mi blog "Trenes y tiempos" en pdf. Ahora tengo ya disponible el segundo "tomo" que corresponde a las locomotoras de vapor que llegaron a RENFE y que fueron construidas entre 1880 a 1890.

Las personas que ya recibieron el primer volumen recibirán este otro sin necesidad de solicitarlo mientras las que no lo hayan hecho pueden pedirlo de forma completamente gratuita mediante un correo electrónico a trenesytiempos68@gmail.com

domingo, 1 de septiembre de 2024

Recuerdos del tren (VI): ¡Qué manía con la ventanilla!

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¡QUÉ MANÍA CON LA VENTANILLA!


Comentaba en el capítulo anterior que una vez parado el tren en la estación había un rápido movimiento de personas buscando el vagón que más le convenía, bien porque pareciera que iba más vacío o porque quedaba mejor situado para sus necesidades o planes de viaje. Mis padres también se movían…pero era yo el que frecuentemente les arrastraba tirando de la mano buscando “un vagón de balconcillos”, que era en el que yo quería subir mientras mi padre refunfuñaba diciendo ¡Pero qué más dará! No era para tanto; en realidad esta situación solo se daba con el semidirecto de Cuenca, que podría llevarlos o no; no había problemas con el correo de Valencia porque nunca los llevaba ni con los mixtos entre Aranjuez y Cuenca porque éstos siempre los traían.

En aquella época yo no tenía ni idea de que esos “vagones” eran conocidos por “costas” y más aún que los “vagones de viajeros” no eran “vagones” sino “coches de viajeros”. Tampoco sabía que esos coches habían sido la apuesta de la compañía MZA para modernizar sus trenes de corta distancia; que habían sido construidos entre 1914 y 1928 en número no menor de cuatrocientos y que de ellos trece eran mixtos de primera y segunda clase, 18 de segunda y tercera, 140 de segunda y más de 200 de tercera clase; y que una de las primeras líneas que recorrieron era la que iba paralela a la costa entre Barcelona y Mataró, y de ahí, el apelativo de “costas”. Lo que si hubiera entendido es que su bastidor era metálico ya que sus grandes vigas laterales casi quedaban a la altura de mis ojos de niño cuando los veía y que la caja era de madera porque el color marrón característico del revestimiento con listones de madera de teca era su señal de identidad, la que yo buscaba afanosamente cuando el tren entraba en la estación.

Pero ¿por qué tenía esta fijación por viajar en “costas”? Pues porque en ellos era donde podía disfrutar profundamente del viaje. Con su pasillo central y sus asientos de madera enfrentados en grupos de dos y de tres, tenían entre ellos unas ventanillas muy bajas y además el cristal descendía completamente. Ello, además de permitirme una excelente visibilidad, me posibilitaba poder asomarme con mucha facilidad, casi con medio cuerpo fuera, y ver a la locomotora tomar las curvas contemplando el movimiento de las bielas; algo que hoy, en el  caso de que las ventanillas siguieran siendo practicables hubiera estado absolutamente prohibido…y probablemente con mucha razón. Sí es verdad que en los frontales de los coches había un cartel que decía “Es peligroso asomarse al exterior” como había otro con la inscripción de “Se prohíbe escupir en los coches”. Pero eso, había…. 

Conseguido que subiéramos al coche de balconcillos, yo seguía tirando de la mano de mis padres. Y ahora ¿por qué? Pues porque había que encontrar un departamento con las ventanillas libres o, al menos, una de ellas. Yo oteaba el horizonte buscando una zona donde no se vieran cabezas y donde había escasez de ellas, o incluso ninguna, me iba allí derecho. A veces todo iba bien y rápidamente me acomodaba en mi ventanilla, pero otras veces…¡horror!….el departamento estaba vacío porque había un escape de la calefacción de vapor con un gran charco de agua en el suelo…o porque algún viajero anterior había tenido un mal despertar….y en el suelo quedaba la prueba. La jugada tenía mucho riesgo porque, si pasaba eso, el resto de los viajeros ya había ido ocupando otros sitios –y ventanillas- libres y teníamos que sentarnos dónde pudiéramos….mientras alguien muy cercano refunfuñaba por lo bajo ¡Qué manía de ventanillas! A veces algún viajero se daba cuenta de la situación y me ofrecía la suya, cosa que yo –y mis padres- agradecíamos profundamente. 

Interior de un coche "costa" de tercera clase (CARRIL)

Pero esto del coche de balconcillos podía tener dos variantes: una buena y otra  mala. La “mala” es que, aunque ocurriera muy pocas veces, podía venir un “balconcillos” de la antigua compañía del Norte, mucho más destartalado e incómodo que los de MZA, con lo cual todo mi esfuerzo no había servido para nada. La “buena” es que montáramos en un “costa” pero de los de segunda clase, bien porque el tren no trajera de tercera o bien porque por alguna circunstancia el revisor nos invitara a cambiar de coche. Los “costas” de segunda tenían unos asientos acolchados comodísimos en los que te hundías un poco y te acogían con gran comodidad. Su tela era de un color poco definido como de un gris azulado al que me temo que se unía, para ennegrecerlo un poco, el poso de tantas y tantas “humanidades” que se habían sentado sobre ellos. Pero un niño no pensaba en eso; y menos en aquella época.  

Interior de un "costa" de segunda clase (CARRIL)

Muchos años después he viajado en el tren de la fresa para recordar todas aquellas sensaciones. De los cuatro “costas” que nos quedan tengo especial cariño por el CC 2439 ya que recuerdo que viajé en él y  que era uno de los “costa” que más pasaba por Santa Cruz. Recordé, pero ya no era igual: con asientos preasignados, ventanillas clausuradas, o que no bajan del todo, y personas –y personajes- tan distintos, las sensaciones ya no son las mismas. Además, ahora ya no puedes “asomarte al exterior” como antes ni hay nadie que te diga ¡Qué manía con la ventanilla!

.   Dos coches “costa” del Tren de la Fresa en la estación de Aranjuez                       _________________________


jueves, 29 de agosto de 2024

Trenes y tiempos en pdf: primera entrega

Tal como comenté hace unas semanas, tengo el propósito de pasar todas las entradas de mi otro blog "Trenes y tiempos" (más de cuatrocientas) a formato pdf. Mi objetivo es doble: que todo el trabajo realizado no esté sujeto a las incidencias o decisiones sobre un blog así como facilitar la difusión de todo este trabajo de forma totalmente gratuita a las personas interesadas. 

Dada la gran cantidad de material mi idea es dividirlo en varios archivos o "tomos". De este modo la sección de "La tracción vapor en RENFE" la publicaré en cinco entregas -una o dos por mes- con los siguientes contenidos

1.-1854 a 1879: De la más antigua locomotora en RENFE a las magníficas 120 de la      AVT

2.-1880 a 1890: De las primeras “verracos” hasta las 040 del Torralba a Soria

3.-1891 a 1901: De las 030 Sharp de la AVT a las “Cuatrocientas de la MCP)

4.-1901 a 1920: De las primeras “compound” hasta las primeras “mastodonte” de Andaluces.

5.-1921 a 1960: De las “tanque” del Betanzos a El Ferrol a las “Garrafetas”

Quiero señalar que no soy un experto en edición y ademas he estado muy condicionado en esta tarea por la propia estructura y formato del blog. Se trata por tanto de ediciones muy, muy sencillas, quizás un poco toscas, y sujetas probablemente a algunos errores que espero no sean significativos. En cualquier caso creo que este trabajo puede resultar útil para las personas muy interesadas en la historia de la tracción vapor.

En cualquier caso ya tengo disponible el primer "tomo" a disposición de las personas realmente interesadas. "Pesa" 140 MB y consta de 314 páginas. Quienes deseen disponer de él pueden enviarme un correo solicitándolo a trenesytiempos68@gmail.com indicando el correo donde quieren recibirlo mediante un adjunto o un enlace para su descarga. 


domingo, 25 de agosto de 2024

Recuerdos del tren (V): El tren de las nueve

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EL TREN DE LAS NUEVE


A veces no iba a la estación a ver el tren –o quizás sea más correcto decir a ver a la locomotora- sino a viajar en él. Teníamos familia en Toledo y varias veces al año pasábamos algún tiempo con ella. Incluso en alguna ocasión el viaje era de ida y vuelta en el mismo día ya que mi padre tenía que resolver allí algunos asuntos rápidos y me llevaba de acompañante. Otras veces tocaba ir a Madrid con mi madre para hacer algunas compras o resolver asuntos médicos. En cualquier caso todos los viajes tenían como elemento común coger el tren de las nueve. 

Todo el mundo lo conocía por ese nombre si bien su llegada oficial a la estación de Santa Cruz era a las nueve menos veinte de la mañana. Era el primer tren del día; salía de Cuenca hacia las seis de la mañana y en el lenguaje de RENFE era nada menos que el “semidirecto” Cuenca-Madrid, dado que, a partir de Aranjuez, ya no tenía ninguna parada oficial hasta la capital. Cuántas veces he imaginado, casi como si fuera el inicio de una epopeya, la salida de Cuenca en la oscura noche invernal y con los coches todavía casi helados arrastrados por una locomotora que había permanecido toda la noche encendida para asegurar su buen funcionamiento en esas profundas horas de la madrugada.

       Horarios del "tren de las nueve" en 1954 (a primeros de los sesenta se mantenía prácticamente igual)

Ya a las ocho de la mañana aparecían por la estación los más madrugadores. Normalmente eran personas que no viajaban pero que querían participar en ese ambiente que se iba creando poco a poco y que por unos pocos minutos convertía a la estación en el lugar de reunión de las fuerzas vivas del pueblo. Sobre las ocho y cuarto u ocho y veinte llegaba “La Raspa”, aquella vieja camioneta Chevrolet verde que transportaba, con no pocas dificultades, a las personas que subían desde la plaza. También llegaba algún que otro coche o carretín con caballo trotón trayendo viajeros desde alguna finca cercana. 

En el andén y en el vestíbulo del edificio entraban en animada charla gentes del campo, maestros que iban a Toledo o a Ocaña, alguno de los curas que se dirigía al arzobispado toledano y no solía faltar a la cita la pareja de la Guardia Civil; a aquella hora, la estación era el gran mentidero del pueblo. Por allí andaba también una figura clave: Luis el ordinario que, día a día, recibía los encargos más variopintos para Madrid, pero Luis merece un capítulo aparte.

A las ocho y veinte todo el mundo estaba pendiente de la “salida”. Cuando el tren arrancaba de Tarancón, la estación anterior, el jefe de la de Santa Cruz tocaba la campanilla, señal inequívoca de que en veinte minutos llegaría el “semidirecto”. Entonces todo el ambiente se transformaba. Los viajeros corrían a comprar los billetes en la taquilla, algunos hombres sacaban su reloj de cadena del bolsillo y lo miraban con gesto complacido o displicente según si había retraso o no. El guardagujas montaba en su bici y se iba hacia la casilla del cambio. Los más rezagados llegaban corriendo tras haber oído la campanilla a lo lejos y muchos buscaban afanosamente a Luis para darle los últimos encargos. Mientras tanto, un padre señalaba a su hijo el horizonte dirigiendo el dedo hacia aquel punto en el que tendría que verse ya el penacho de humo de la locomotora a medio camino entre un pueblo y otro.

Al fin, el tren de las nueve aparecía por la curva del paso a nivel con su locomotora Mikado negra y reluciente en cabeza. De pronto, abandonaba en las agujas la vía directa,  se desviaba hacia la del andén principal y por un momento parecía que se iba a echar encima de todos los que esperaban. Retomaba de nuevo su dirección y entraba en la estación, majestuosa, chirriante y plena de vapor. En la cabina, el maquinista y el fogonero, manejando frenos y regulador, aparecían a mis ojos como los héroes de esa epopeya iniciada en Cuenca casi tres horas antes. Tras la máquina y el tender, los furgones de mercancías y de correos, tres o cuatro coches de tercera clase y uno de segunda. Estos coches eran siempre de madera y con frecuencia de “balconcillos” aunque a veces aparecían, o se mezclaban con ellos, los “verderones”, también  de madera, aunque forrados de chapa metálica verde y con pasillo lateral. Pero a ellos me referiré también más adelante.

Todo eran carreras en ese momento. Algunos viajeros habían averiguado al paso del tren qué coches iban mas vacíos y se dirigían a ellos; Luis se encaminaba con su carricoche y su ayudante, con toda calma, hacia su posición habitual; algunos niños tiraban de la manga de la chaqueta de  su padre porque querían subir en un coche de los de balconcillos con unas ventanillas mucho más bajas y asequibles. Llegaba corriendo algún rezagado que se montaba sin billete bajo la mirada amonestadora del jefe de estación que ya, con gorra y banderín rojos, se dirigía lentamente hacia la locomotora para dar la salida.
 

El “tren de las nueve” entra en la estación de Santa Cruz (Santiago Almarza)

Tras los pitidos de rigor, el tren de las nueve se iba alejando lentamente, el jefe de estación comunicaba la salida a la estación siguiente, Villarrubia, y las personas que no habían viajado emprendían el retorno hacia el pueblo. 

Aunque no lo sé con seguridad es muy probable que éste fuera "el tren de las nueve" entrando en Madrid, algo antes de las once de la mañana. Tenía la típica composición de ese tren: locomotora Mikado, vagón de mercancías, furgón de equipajes y de jefe de tren (asomado en la puerta), coche correo, un "verderón" y tres "costa" (mis preferidos) (Atocha 1961/Harald Navé)


Poco a poco la estación quedaba en silencio y ya solo se escuchaba el canto de algún pájaro y quizás alguna queda y lejana conversación en el despacho del jefe. Luego, a la noche, el semidirecto retornaría hacia Cuenca; era entonces también el “tren de las nueve” pero, en este caso, el de las nueve de la noche. Volvían muchas de las personas que habían viajado por la mañana, pero ahora, en esta hora tardía y ya cansados, no era momento de charlas sino de despedidas rápidas. Luis el ordinario, con su carricoche, cerraba la comitiva hacia el pueblo. Volvería por la mañana. 

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domingo, 18 de agosto de 2024

Recuerdos del tren (IV) Aromas para una adicción

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AROMAS PARA UNA ADICCIÓN


A mis ocho o nueve años, mis padres me compraron una bicicleta verde “de chica” porque también tendría que valer para mi hermana, ya que era una época para pocos dispendios. Por “de chica” se entendía que no llevaba barra central y que iba decorada con una redecilla de colores que, unida al guardabarros posterior, cubría parcialmente la zona superior de la rueda trasera. Pero fuera del tipo que fuera a mí me dio una gran alegría y mucha sensación de libertad.

Bien fuera por mi “eterno agradecimiento” al que me refería en el capítulo anterior o por las influencias que contaba en el primero, muy pronto comencé a encaminarme con ella hacia la estación de tren. Mi casa estaba a un kilómetro o kilómetro y medio y no me llevaba más de siete u ocho minutos llegar hasta allí. Esa facilidad me permitía elegir qué tren quería ver, o ver dos o tres en el mismo día…¿los mixtos de las doce y de las cinco a ver cuál venía con más retraso?...¿el talgo de las nueve de la mañana y el de las ocho de la tarde a ver si llevaban la misma locomotora?...¿o ver si el correo de Valencia traía por casualidad algún coche de “balconcillos”…? Como se ve… ¡eran muchas las cosas importantes  que justificaban mi presencia en la estación! Y, además, me atraía el olor, ese olor mezcla de la creosota de las traviesas y de humo, un olor irrepetible y que, como muchos aficionados seguro que corroboran, crea adicción. 

Lo que no variaba era mi ubicación cuando estaba allí. Siempre al lado de donde la locomotora tenía que estacionarse. Me encantaba verla como se aproximaba lentamente, y como se paraba en medio de chispas y chirridos metálicos. A veces el maquinista o el fogonero se bajaban para efectuar alguna revisión o engrase, pero lo más normal era que se quedaran acodados en el lateral de la cabina observando la bajada y subida de viajeros y atentos a cualquier indicación que pudiera hacerles el jefe de estación o el jefe de tren. 

Salvo que por alguna razón el jefe diera el “marche el tren” con el silbato y el banderín rojo levantado desde el propio edificio de la estación, lo normal es que se dirigiera sin excesiva prisa hacia la locomotora, no sin detenerse casi siempre junto al furgón de equipajes para cambiar impresiones o documentación con el citado jefe de tren, que tenía normalmente su pequeño departamento ubicado en ese furgón. 

El lugar dónde ahora se encuentra el rótulo de la estación de Santa Cruz era donde, hace sesenta años, me estacionaba con mi bici, lo más cerca posible de las locomotoras cuando el tren iba en dirección hacia Cuenca.

Y ahora llegaba el gran momento: muchas veces desde la ubicación del furgón, y otras ya junto a la locomotora si la gestión tenía que ser con el propio maquinista, el jefe de estación soplaba su agudo silbato que era inmediatamente respondido por el más grave y profundo de la máquina. A este respecto creo recordar que, en cuanto a esa gravedad y profundidad, estaba por delante de la 1700, la Mikado, pero no estoy seguro… ¡A mí me gustaban los dos!

Entonces se abrían los purgadores y una nube blanca me envolvía rápidamente. Al tiempo, el tiro de la chimenea se fortalecía, el vapor entraba con gran fuerza en los cilindros y la biela motora empujaba a las ruedas que con frecuencia patinaban entre chirridos. En esos instantes el olor de la creosota, el del humo –distinto, naturalmente, si provenía de la combustión del carbón o del fueloil- y el del vapor rápidamente condensado, formaban una mezcla singular y profundamente adictiva que realzaba, más si cabe, aquellos momentos casi oníricos…

Una 1700 en cabeza probablemente del correo Madrid a Valencia por Cuenca estacionado en la estación de Santa Cruz de la Zarza. Yo me apostaba junto al árbol de la derecha de la foto. Al otro lado del andén central las vías de la línea de Villacañas a Santa Cruz (foto Sanz)

Poco a poco los cilindros acompasaban su ritmo con un sonido profundo y casi humano, al tiempo que las ruedas ya no patinaban. Mientras me iba recuperando del trance, desfilaban por delante los coches de viajeros o los vagones de mercancías cada vez más acelerados. Cuando ya el tren se alejaba, yo empuñaba de nuevo el manillar de la bici y comenzaba a pedalear de vuelta a casa. Supongo que el jefe de estación se preguntaría qué demonios haría el chaval que con tanta frecuencia venía y se paraba junto a las locomotoras. No sé si se contestaría algo; lo cierto es que nunca ningún ferroviario me preguntó ni me dio ningún problema. Y desde luego nadie se imaginaba la fuerza y la confianza que aquel chaval recibía de sus locomotoras.

Aquella mezcla de aromas enganchaba tanto que a veces todavía la busco. Aún existe, y si alguna vez se me ve parado junto a esa curiosa estructura de carriles y traviesas que está o estaba en el exterior de la estación de Chamartín, es porque allí, aún debilitada, la encuentro. Y si se me ve por la estación de Santa Cruz acercándome hacia los viejos árboles que están al lado de las antiguas –o actuales- Bodegas Bilbaínas  es porque, sesenta años después, todavía la siento allí. 

Las famosas "traviesas" de Agustín Ibarrola en la estación de Madrid-Chamartín. Su denominación real de esta obra es "Ola a ritmo de txalaparta" (Midir)

Veteranos aficionados y ferroviarios que amaron profundamente su profesión, seguro que comparten esta adicción a ese olor, un olor que lleva a una vivencia profunda, casi amorosa. Y coincidiremos con Lope, cuando acaba su soneto “Esto es amor” con esta frase:

Quien lo probó, lo sabe.

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domingo, 11 de agosto de 2024

Recuerdos del tren (III): Eterna gratitud

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ETERNA GRATITUD

 

Me refería en el primer capítulo a los caminos por los que en la infancia –o antes de ella- pueden surgir las vocaciones que alumbran luego toda una vida. Pero, además, existen a veces sucesos singulares que en la mente infantil quedan grabados para siempre, como también lo hacen los personajes o circunstancias que de un modo u otro intervinieron en ellos. Ese fue mi caso y lo que voy a narrar a continuación creo que también tiene que ver con mi actitud siempre comprensiva y respetuosa, cuando no entusiasta, hacia RENFE, sus trenes y sus ferroviarios. Pero empecemos presentando el escenario de los hechos.  

En aquellos finales de los cincuenta y primeros sesenta, cuando el Seat “seiscientos” ya había nacido pero aún no se había extendido de la forma en que luego lo hizo, la población hacía un uso intensivo del tren, incluso para trasladarse a un pueblo cercano. Había que casar horarios de idas y vueltas pero, dado que el servicio aún con  sus limitaciones de la época era bastante aceptable, siempre se encontraban combinaciones.

Muchas personas de Santa Cruz se trasladaban con frecuencia a Tarancón, distante unos 14 km, para hacer compras, gestiones o una simple visita a familiares. Para ello se podía coger el correo de Madrid a Valencia por Cuenca, que pasaba poco antes de las once de la mañana, y volver, bien en un mixto Cuenca-Aranjuez que salía de Tarancón si todo iba bien –que era mucho decir en el caso de los mixtos- hacia las doce y veinte, o esperar al correo Valencia-Madrid, que pasaba por Tarancón sobre las seis y veinte de la tarde. Otra posibilidad, bastante más “apretada”, pero que podía utilizarse para gestiones muy rápidas –cosa de treinta o cuarenta minutos- era tomar el mixto Aranjuez-Cuenca que pasaba por Santa Cruz sobre las cinco y veinte de la tarde y retornar en el citado correo Valencia-Madrid.

El problema surgía cuando el citado mixto venía retrasado, lo cual solía ocurrir con frecuencia. Y no porque saliera tarde de Aranjuez sino porque, también con frecuencia, tenía que maniobrar en alguna de las estaciones intermedias –normalmente en Ocaña- para tomar o dejar vagones, algo que con un poco de mala suerte podía llevar veinte o treinta minutos...o más. Esa era la razón por la que las personas que llegaban a la estación de Santa Cruz para tomarlo formulasen al jefe de estación la típica pregunta: ¿Con cuánto viene?... Las respuestas podían ser de tres tipos: a) “Viene en hora” (la menos frecuente), b) “viene con cinco (o diez o quince), y c) “¡Uhhh…si todavía no ha salido de Ocaña!”. En este último caso, las personas, -no sé si jurando en arameo por lo bajo- tomaban el camino de retorno al pueblo. En el caso de que la respuesta fuera la segunda se hacía un rápido cálculo mental y se decidía esperar al tren o marcharse. 

En fin, en aquella tarde en que con mis seis o siete años acompañé a una tía a Tarancón a comprar petróleo para el “infiernillo” de la cocina, la respuesta debió ser la a). Tomamos el mixto, más o menos a su hora, y sobre las seis menos veinte estábamos allí. No sé si calculamos –calculó mi tía- mal el tiempo o el correo de Valencia venía un poco adelantado, el caso es que cuando ya estábamos cerca de la estación oímos el pitido de la Mikado del correo y echamos a correr. Mala suerte; cuando subíamos las escaleras que conducían al edificio, el tren arrancaba entre resoplidos. Por pura inercia llegamos hasta el andén, al tiempo que yo agarraba una tremenda llantina ya que no quedaría más remedio que pasar la noche en Tarancón en casa de unos familiares… y yo no quería de ninguna manera que eso ocurriera.

El lloro debía ser tan fuerte que el jefe de estación vino a ver que nos pasaba. Viendo mi gran disgusto al buen hombre se le ocurrió una solución salvadora. En la estación había un tren de mercancías que saldría también hacia Santa Cruz cuando el correo hubiera dejado vía libre… ¿Y si nos íbamos en él?... No sé exactamente la gestión que hizo, supongo que debió hablar con el jefe de tren y éste debió compadecerse de nosotros; el caso es que de inmediato nos vimos montados en su furgón rumbo a Santa Cruz. El furgón del  jefe de tren en el caso de los mercancías era un vagón mas de este tipo donde había una cabina con una pequeña ventana y supongo que una mínima mesa y una silla. Mi tía y yo no cabíamos lógicamente en ese pequeño recinto y creo que nos ofreció un pequeño taburete donde sentarnos en otra zona del vagón que iba casi vacía. Lo que sí recuerdo con toda claridad es que, mientras mis lágrimas se iban secando, veía por la puerta corredera abierta pasar un mar de viñedos mientras que al fondo ya se vislumbraba Santa Cruz. 

 

Un aburrido jefe de tren descansa sentado en el estribo de su furgón esperando quizás algún cruce (K. Wyrsch)

Solo media hora después de a la que hubiéramos llegado con el correo estábamos de nuevo en la estación. No sé si alguien nos vio bajar o no lo quiso ver; lo que sí hicimos lógicamente fue agradecer efusivamente su amabilidad y compasión a aquel empático jefe de tren que debió saltarse bastante el reglamento para ayudarnos y enjugar las lágrimas de un chavalillo.

¿Cómo no pude yo quedar eternamente agradecido a estos dos ferroviarios y al humilde mercancías? ¡Gratitud eterna a RENFE y a sus gentes!

                                ______________________

Recordando a los jefes de tren de los tiempos de vapor

La Mikado tanque 141-0214 entra en Granada procedente de Moreda con el jefe de tren asomado en la puerta de su furgón (Gustavo Reder)

La 060-4002 pasa por el viaducto de Roquillo en cabeza de un largo tren de mercancías en 1961. Si se aguza la vista puede apreciarse al jefe de tren asomado a la puerta del furgón tras el tender (Harald Navé)

La 230-2126 en Soria con un tren procedente de Torralba en octubre de 1963. El jefe de tren vigila la llegada (L.G. Marshall)


domingo, 4 de agosto de 2024

Recuerdos del tren (II): Junto a un TAF y a un ministro a los tres años

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JUNTO A UN TAF Y A UN MINISTRO A LOS TRES AÑOS

A veces nos preguntamos –o preguntamos a otras personas- cuál es el primer recuerdo que tenemos de nuestra infancia y a qué edad se produjo. Es difícil para muchas localizarlo pero en mi caso no es así: tenía tres años y dos meses cuando asistí con una tía mía en la estación de Santa Cruz de la Zarza a la reinauguración de la línea ferroviaria de Villacañas a Santa Cruz. 

Quizás conviene recordar que aquella línea fue construida durante el transcurso de la Guerra Civil a modo de prolongación del ferrocarril Torrejón-Tarancón, conocido también como “el ferrocarril de los cuarenta días”, que trataba de conectar Madrid -que se encontraba sitiado- con Levante. Se utilizó por convoyes de la República entre 1938 y abril de 1939 y quedó después abandonada. Años después se valoró su reapertura para el transporte de productos agrarios pero para ello fue necesario mejorar mucho su infraestructura, así como levantar edificios para las tres estaciones intermedias entre Villacañas y Santa Cruz: Lillo, Corral de Almaguer y Villatobas. Realizado todo ello, la reinauguración – ¿o mejor inauguración?- tuvo lugar el 11 de julio de 1954.

El tren inaugural en Lillo, poco antes de llegar a Santa Cruz (autor desconocido)

Otra imagen del día de la inauguración en Lillo (autor desconocido)

Y a esa inauguración asistí yo con mis tres años. No sé si había alguien más de la familia pero la imagen que tengo grabada es que estaba en brazos de mi tía junto a una de esas típicas vallas de madera que rodeaban el jardincillo que antiguamente tenían muchas estaciones, y que, al otro lado de ese jardincillo, estaba detenido un hermoso tren plateado –muchos años más tarde supe que era un TAF, el tren más moderno de aquella época junto con el Talgo II- del que descendían algunas personas, debiendo ser una de ellas el conde de Vallellano que en aquellos años ocupaba el Ministerio de Obras Públicas. 

Siempre tuve la sensación de que era ya de noche aunque suponía que se trataba de una imaginación; sin embargo, muchos años después, pude ver la orden de marcha de ese tren en la que se especificaba su llegada a Santa Cruz desde Villacañas a las nueve de la noche y su retorno a Madrid a las diez y cuarto. Y así ocurrió tras un discurso de las autoridades en la plaza de Santa Cruz y un refrigerio en las Bodegas Bilbaínas situadas junto a la estación.

Parte de la hoja de marcha del tren inaugural correspondiente a la parte final del recorrido entre Santa Cruz y Madrid (cortesía Alejandro Tomás de Pozuelo)


Algunos santacruceros aprovecharon para fotografiarse junto al TAF, que debía ser muy nuevo ya que los primeros de estos trenes llegaron a España en 1953. Como puede verse era ya noche cerrada.

Tras la inauguración, el servicio efectivo comenzó el once de agosto con un correo entre Tarancón y Villacañas, un ómnibus entre Tarancón y Alcázar de San Juan  y un mercancías. La verdad es que eran unos servicios sobredimensionados y al cabo del tiempo se fueron reduciendo quedando dos servicios de ida y vuelta entre Villacañas y Santa Cruz. Servicios que, poco a poco, fueron siendo asumidos la mayoría de las veces por automotores “zaragoza”, si bien el vapor no llegó a desaparecer del todo. 

En cualquier caso, la línea fue clausurada en octubre de 1965 al no haber cubierto en absoluto las expectativas depositadas en ella. Quizás las distancias entre los pueblos del recorrido y sus correspondientes estaciones eran importantes, sobre todo para el tráfico de viajeros, y en el caso de los productos agrarios, el transporte por carretera se demostró mucho más efectivo y rápido. 
En esos años finales, de 1961 a 1965, es cuando viví más de cerca el movimiento de esa línea viviendo anécdotas y sensaciones que irán quedando reflejadas en algunos de los siguientes capítulos. ¿Fue ya un adelanto de todo aquella vivencia con mi tía en la estación santacrucera en esa noche de julio? No lo creo, como tampoco creo que fuera el inicio de mi afición ferroviaria…pero quien sabe. En cualquier caso, lo que sí es verdad es que marcó el inicio de un camino ya sin retorno, una especie de unión sentimental con RENFE y con sus gentes.
                            

La estación de Santa Cruz en el 2020. Puede verse como el andén se ha ampliado sobre la antigua vía desviada dejando solamente la pasante. A la izquierda las vías del Villacañas a Santa Cruz (la segunda está casi tapada por la vegetación.  Entre la pasante y la del Villacañas existía otro andén (Rodelar/Wikipedia)

domingo, 28 de julio de 2024

Recuerdos del tren (I): Afición, vocación...

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AFICIÓN, VOCACIÓN…


Dicen que la patria de una persona es su infancia. También lo creo; y en esa patria profunda habitaron personajes, paisajes o vivencias que muchas veces cristalizaron en un camino a seguir, en una vocación o… en una afición. Da la impresión que “afición” tiene menos valor que “vocación”, pero creo que una afición profunda tiene el mismo valor que vocación. La afición es una vocación que, por razones de la vida,  tuvo que desarrollarse al  margen de la actividad profesional. Es verdad que muchas personas asumen una profesión sin un especial interés por ella, pero si se ejerce con responsabilidad y respeto acaban con frecuencia abrazándola y amándola. No he sido ferroviario profesional y por tanto no puedo hablar por mí mismo pero me consta del testimonio de muchos de ellos que su profesión por dura que haya sido fue imprimiéndoles un cierto carácter y acabaron sintiéndose profundamente “ferroviarios” formando parte de una gran familia, una familia profundamente amante de su actividad de servicio público, de ayuda mutua. Vocación, ahí está.

En mi patria infantil el tren estaba muy presente. En el pueblo en que yo vivía en aquellos años cincuenta y sesenta el tren formaba parte de la vida de cada día. Era el medio de transporte básico, la estación el lugar de encuentro de todo tipo de personas y del paseo de los domingos por la tarde, y el pitido de los trenes una señal de la llegada de la lluvia cuando las cosas meteorológicas eran de otra manera. Aunque la estación estaba relativamente lejos del pueblo yo vivía cerca e iba allí con frecuencia a dar una vuelta con mi bici y me empapaba de aquel ambiente, de aquella vida.

Estación de Santa Cruz de la Zarza en los años sesenta (Santiago Almarza)

Hubo también en aquella patria un personaje clave en mi vocación ferroviaria: mi padre. Durante la Guerra Civil había servido en un regimiento de transmisiones que durante un tiempo le tocó tender y mantener líneas telefónicas para uso militar en la montaña leonesa. El pequeño destacamento en el que estaba destinado tenía como base de operaciones la estación de Cistierna. Me contó muchas anécdotas ocurridas allí, entre ellas cómo se las ingeniaban para escuchar las conversaciones entre los altos mandos militares y enterarse de las posibles operaciones que podían ordenarles…hasta que fueron descubiertos por los propios “espiados”. Pero lo que me contaba con más entusiasmo, con más fuerza, eran sus vivencias con el Tren de La Robla, de sus grandes vagones de trasporte de carbón y de sus locomotoras. Me hablaba con especial entusiasmo de unas de ellas grandes y muy impresionantes. Como decía que parecían dos locomotoras juntas, años después llegué a la conclusión de que se refería a aquellas cuatro imponentes Garrat 131+131, números 80 a 83 que La Robla puso en funcionamiento entre 1929 y 1931. 

La "Garrat" nº 81 del Ferrocarril de La Robla (L. G. Marshall)

Pero había un “secreto” que me enseñó y que yo lo viví como una verdadera revelación, como un arcano que  me daba un conocimiento especial. Era ni mas ni menos que el significado de la numeración de las locomotoras de RENFE. No me habló tanto de la segunda parte de esa numeración donde se especificaba el número de cilindros, su posible formato “tanque” o el número de orden dentro de su serie, pero sí de las primeras cifras que se referían a su rodaje. Me maravilló aquel “saber” y, aunque por mi estación solo pasaban 241 “1700”  o “mikados” 141, durante mucho tiempo, cuando entraba la locomotora en la estación, solo tenía ojos para la numeración de la placa. 

Placas de matrícula y de construcción de la primera locomotora "Mikado" de la serie 141-2101 a 141-2417 (autor desconocido)

Al ser frecuentemente las mismas máquinas, pertenecientes la mayoría de ellas al depósito de Atocha o Cerro Negro (no sé cual era la denominación oficial en aquel momento), establecí un grado de “amistad” con algunas y esperaba con interés cuál llegaría cada día a “visitarme”. Así, mis mejores “amigas” eran las “mikado” 141-2351, la 2353 y la 2355. Me dio por tanto mucha alegría cuando me enteré que la 2351 figuraba expuesta en la Avenida del Ferrocarril de Elche y casi de inmediato fui a reunirme con mi vieja amiga. Claro que, con lo que ahora uno ya sabe, me vino la duda de sí habría habido algún cambio de placas y aquella 51 no era exactamente mi 51…pero un niño –en aquel momento había vuelto a  la infancia- no piensa en esas cosas que a veces hacen los adultos. Era mi querida 2351.


Mi compañera de infancia, la 141F-2351, ahora expuesta  en Elche

Pero, ¿hay otra patria más allá de la patria de la infancia? ¿Nace ya uno con unos genes, u otros recuerdos de “otras vidas”? No voy a entrar en un debate casi metafísico pero si quiero dar unas pinceladas sobre un sueño que tuve hace ya bastantes años. En él, una persona llegaba al despacho que ocupaba en mi trabajo y de una manera tranquila y afectuosa me revelaba que en el siglo XIX yo había sido ingeniero de ferrocarriles y había trabajado en la construcción de una línea ferroviaria en el País Vasco. En una época de las guerras carlistas había muerto en un ataque a la vía férrea pero la persona que me lo comunicaba quería que fuera consciente del excelente trabajo que había realizado. El sueño tenía algunos detalles personales más pero lo importante es que desperté con una inmensa paz que me duró bastantes días y que todavía vuelvo a revivir a veces.

¿Hay otra “patria” más allá de la infancia? ¿Qué es sueño y qué es realidad? ¿Importa cuando su significado es profundo? No lo sé. De momento hablemos de trenes.

lunes, 22 de julio de 2024

Recuerdos del tren: Introducción

 Tal como avanzaba en mi blog "Trenes y tiempos" reactivo ahora este otro de "Hablando de trenes" para dar albergue a un nuevo proyecto que nos mantenga la comunicación entre muchos aficionados seguidores y continue de algún modo nuestras reuniones virtuales semanales, tal como algunos de vosotros me habéis  expresado. 

Como comentaba en el otro blog, para ello voy a utilizar como linea argumental los capítulos de mi libro "Recuerdos del tren", de manera que publicaré uno de ellos cada domingo durante las próximas cincuenta semanas e incluiré algunas fotos más de las que aparecen en el libro. Espero que sirva como base para el intercambio de recuerdos, datos o informaciones que podrán expresarse tanto en X como en Facebook o en los comentarios del blog. Los enlaces a cada entrada aparecerán en mis cuentas de estas redes sociales pero no en ninguno de los grupos de facebook, dado que no me parece muy adecuado hacerlo en ellos ya que entiendo que no entra dentro de sus objetivos.

Espero que esta iniciativa resulte útil y agradable y se convierta en un punto de reunión virtual para muchos aficionados.

En esta primera entrada incluyo la presentación del libro, el índice y el prólogo de Alfonso Marco. 


DEDICATORIA

A mi querida Nieves Medina y en ella al pueblo de Santa Cruz de la Zarza en cuya estación aprendí a amar los trenes


INTRODUCCIÓN

Este es un libro de recuerdos ferroviarios, y como tal debe ser tomado. Recuerdos a veces muy antiguos que provienen, varios de ellos, de los años sesenta y otros, más modernos, que alcanzan incluso el tiempo de la alta velocidad. Al trabajarlos me ha llamado la atención –aunque quizás no debería hacerlo- la mayor nitidez y detalle de los más antiguos, algo de lo que me alegro porque son los que andan ya a punto de perderse en el tiempo.

La mayor parte de estos recuerdos han ido emergiendo a medida que redactaba diferentes entradas de mi blog “Trenes y Tiempos”. Algunos han quedado plasmados en ellas pero, en general, he preferido no mezclar la información con los sentimientos y las emociones. Sin embargo me daba cuenta de su valor, no sólo para mí, sino para otras personas que también tuvieron esas vivencias, e incluso para quienes por edad no las experimentaron pero que les resultan, como he comprobado con frecuencia, curiosas e interesantes. 

Contar y compartir unos cuantos de esos recuerdos es el objetivo de este pequeño libro. En sus breves capítulos predominan más esas vivencias y sensaciones que las informaciones más “técnicas”, aunque he incluido algunas con objeto de contextualizar mejor lo que se narra. Por otra parte, y en la medida en que me ha sido posible, he tratado de respetar un cierto orden cronológico, paralelo de algún modo a la evolución de nuestros trenes en los últimos sesenta años. 

Para mí, el esfuerzo ha merecido la pena y nada me alegraría más que conseguir que los lectores disfruten con el libro y que les ayude a conocer, o en su caso a rememorar, historias pequeñas pero entrañables de nuestra gran historia ferroviaria. 

                                                                        Ángel Rivera




PRÓLOGO

“Para mí, el esfuerzo ha merecido la pena y nada me alegraría más que conseguir que los lectores disfruten con el libro y que les ayude a conocer, o en su caso a rememorar, historias pequeñas pero entrañables de nuestra gran historia ferroviaria”.

Ángel formula en el libro una pregunta indirecta a los lectores y, como lector me veo concernido y respondo un “sí” rotundo porque al leer el libro he disfrutado y me ha ayudado a conocer y rememorar “historias pequeñas pero entrañables de nuestra gran historia ferroviaria”.

Podría decir que, al recibir el encargo de prologar este libro, cabía la posibilidad de que fuera un libro de historietas ferroviarias demasiado personales. Era improbable conociendo al autor y su admirable obra divulgativa en su prestigioso blog “Trenes y tiempos” pero, muchas veces, excelentes profesionales o divulgadores no han dado con la tecla para contar con gracia e interés un conjunto de vivencias. No es el caso de este libro, pues se lee casi de un tirón, como alguna de esas novelas que atrapa desde el principio, porque es ameno, inteligente, entrañable y bien escrito. Además, sirve para aprender, logrando aquella máxima horaciana “Prodesse et delectare” (instruir deleitando) y darse cuenta, una vez más, de lo mucho que queda por aprender en el viaje inacabable a esta Ítaca ferroviaria que tantos compartimos.

El autor no ha podido ser ferroviario y, como en muchos grandes aficionados y divulgadores, late cierto pesar por no haber alcanzado este grado. No debería sentir complejo alguno porque es sabido que el hábito no hace al monje y que hay personas que, sin pertenecer al mundo laboral ferroviario, tienen mucho que enseñarnos a los que sí formamos parte.

Ángel cuenta y comparte su amor por el universo ferroviario de forma sencilla, clara y atractiva, predominando las vivencias y sensaciones sobre las informaciones técnicas, lo que lo hace plenamente accesible a lectores ajenos al mundillo de los aficionados.

Es “Recuerdos del tren”, en fin, una delicia, un libro muchas veces intentado y soñado, un libro que a mí me hubiera gustado escribir, pero que estoy encantado de haber leído y disfrutado y de haber tenido el honor y el placer de prologar.
                                                                          
                                                                     Alfonso Marco



ÍNDICE DE CAPÍTULOS

1.- Afición, vocación…
2.- Junto a un TAF y un ministro a los tres años
3.- Eterna gratitud
4.- Razones para una adicción
5.- El tren de las nueve
6.- ¡Qué manía con la ventanilla!
7.- En “verderón” no, por favor
8.- Luis, el ordinario
9.- El hombre de las rifas, o el hermano de Noé
10.- Revisores
11.- El “gorrinillo” se retrasa
12.- La cita vespertina
13.- La solitaria dama del correo de Valencia
14.- Inundaciones
15.- Tiempo de littorinas
16.- Esplendor en Aranjuez
17.- Subiendo a Ocaña con la “1700”
18.- Entrando en Madrid
19.- Visitando a la familia (I)
20.- Visitando a la familia (II)
21.- A por el kilométrico
22.- Trenes en la noche
23.- Mi amigo el Ganz
24.- Algodor
25.- Cumpliendo un sueño: En el Talgo II
26.- Y entonces apareció una “cosa verde y amarilla”
27.- De Madrid a Toledo en una “suiza”
28.- Estudiando en Madrid: paisajes y visitas
29.- Yendo y viniendo a Almería
30.- Subiendo a la sierra
31.- Despedida en Ciudad Real
32.- Entre Gerona y Madrid
33.- El cocherón de Cuenca y sus joyas
34.- Descubriendo en Gijón al Langreo y al Carreño
35.- Mi peregrinaje al Ponferrada a Villablino
36.- Sorpresa en Alcázar de San Juan
37.- En el “Puerta del Sol”
38.- Descubrimientos en Príncipe Pio
39.- Un inesperado paseo por la “Ruta de la Plata”
40.- Entre Cuenca y Utiel
41.- Trenes como ríos
42.- A Cuenca en cabina
43.- Descubriendo el AVE   
44.- Con la “Confe”
45.- Cuando dos vocaciones se unen
46.- El encanto de viajar por La Robla
47.- Disfrutando en Lérida con la ARMF
48.- El largo camino de Oviedo a Ferrol
49.- Trenes y tiempos
50.- Esperando el porvenir