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CUMPLIENDO UN SUEÑO: EN EL TALGO II
Tras retirar en agosto de 1964 a las composiciones del Talgo II de sus tradicionales servicios en las líneas de Irún y de Barcelona, se instauró con ellas un novedoso itinerario de Madrid a Valencia por Cuenca, que comenzó a funcionar en diciembre de ese año. Fue una verdadera revolución para esta línea cuyos únicos servicios "rápidos" estaban servidos hasta entonces -y tal como he ido relatando- por automotores Fiat "littorina" o Renault. Este penúltimo servicio del Talgo II sólo duró algo más de cinco años ya que, en 1972, fueron los Talgo III con un servicio diario y los TER, con otro también diario, los que tomaron el relevo.
Para atender esta nueva relación del Talgo II se establecieron dos servicios de ida y vuelta. Aunque hablo de memoria, creo que uno salía de Madrid hacia las ocho de la mañana para llegar a Valencia entre la una y las dos de la tarde. Ese mismo tren retornaba a Madrid un par de horas después, llegando sobre las nueve de la noche. Otra composición salía de Madrid sobre las cuatro de la tarde para llegar a Valencia entre nueve y diez de la noche y era la que, al día siguiente, salía de Valencia a Madrid hacia las nueve de la mañana. Con estos horarios sólo eran necesarias dos composiciones, con lo cual las cuatro locomotoras podían al fin gozar de unos turnos bastante más relajados que en sus anteriores servicios.
Ni que decir tiene que cuando me enteré sentí una gran alegría y expectación. Nada menos que el tren insignia de aquella época iba a pasar cuatro veces al día cerca de mi casa, de modo que le podía ver en la lejanía desde la ventana o acercarme a la estación para contemplarlo mejor, como tantas veces había hecho con los automotores. Eso sería lo que haría con más frecuencia; incluso había días que iba a ver los cuatro pasos esforzándome por ver el nombre de la locomotora y deducir qué tipo de turnos estaban haciendo, algo en absoluto complicado pero que a mí me entusiasmaba.
¡Cuántas sorpresas! La primera de todas, y en la que siempre reparaba porque se oía perfectamente desde casa, era su sirena. Bronca, fuerte, pero también elegante, atractiva; siempre he sostenido que para mí era el sonido más atractivo del ferrocarril español.
¡Qué impresionante y elegante también su frontal para quien no estaba acostumbrado a las formas de las diésel americanas! Y haciendo contraste, la rotulación en él de las advocaciones marianas: Virgen del Pilar, de Aránzazu, de Begoña y de Montserrat. ¡Y qué decir de su construcción en aluminio o del atractivo mirador del último coche!
El Talgo II encabezado por la “Virgen de Montserrat” estacionado en la estación de Aranjuez en un viaje de Valencia a Madrid (AHF/MFM. Autor: Justo Arenillas)
Desde el principio tuve un gran deseo de viajar en él y de conocerlo por dentro. Por eso, cuando mis padres me ofrecieron un premio por un curso aprobado, ni corto ni perezoso pedí un viaje en el Talgo II. No era la petición que ellos esperaban pero estuvieron dispuestos a complacerme.
La única opción viable era un relativamente corto trayecto de ida y vuelta desde Tarancón –la estación más cercana donde paraba- y Cuenca. Dicho y hecho. Una mañana de verano mi padre me acercó con el “seiscientos” que acababa de comprar hasta la estación de Tarancón y al llegar preguntamos sí había plazas libres para Cuenca. Por suerte, aunque no muchas, las había. Creo que cabe imaginarse la emoción que sentí cuando vi aparecer el talgo entrando en la estación, ya mucho más lento que cuando le veía pasar por Santa Cruz, mientras trataba de convencerme de que al fin iba a montar en él. Bajó el revisor al andén, me indicó la puerta por donde debía montar y a continuación me llevó a mi asiento. No era de ventanilla, pero había tanto que mirar por dentro que no me importaba mucho lo de fuera.
Lo primero que me llamó la atención era la ausencia de separación entre los coches, de modo que se podía ver perfectamente como en las curvas el tren se adaptaba a ellas como una oruga. También el silencio, solo roto cuando la locomotora aceleraba al salir de una estación o de una curva… La decoración me resulto mas “espartana” de lo que me imaginaba. Predominaba el color verde y crema en los laterales y el verde oliva en el tapizado de los asientos. Me sorprendió que las ventanillas no llevaran ningún tipo de persianas ni parasoles sino unas cortinillas claras de tela no muy tupida. Me encantó la excelente y fresca temperatura del aire acondicionado, quizás la primera vez en mi vida que lo experimentaba. Y lo que desde luego me llamó la atención fue la poca sensación de velocidad. Me imaginaba que iba a ir poco menos que volando; pero no era así, ni los 850 caballos de la locomotora ni, sobre todo, el estado de la vía daban para muchas alegrías.
Interior del Talgo II (Archivo Histórico Ferroviario del Museo del Ferrocarril de Madrid)Tras parar en Huete llegamos pronto a Cuenca donde me bajé. Es curioso cómo recuerdo los detalles del viaje de ida pero en absoluto de cómo hice la vuelta. Supongo que fue en el talgo descendente que pasaba poco después por Cuenca tras haberse cruzado con el primero -como siempre sucedió en este servicio- en la estación de Carboneras de Guadazaón. Otra posibilidad sería que hubiera esperado a tomar a primera hora de la tarde el correo Valencia-Madrid que me dejaría directamente en Santa Cruz sin que mi padre tuviera que ir a buscarme a Tarancón.
Pero más allá de todo ello, lo fundamental es que tuve el honor y el placer de viajar en el Talgo II, algo que, como puede verse, aún exhibo como un preciado trofeo. Años después, cuando pasó a su último y crepuscular servicio entre Madrid y Palencia, quise hacer un último viaje en él, pero ya no se dio la ocasión y solo fui ya un atardecer de invierno a verle salir desde Chamartín. Fue mi despedida de él. Hoy solo me queda ya ir de vez en cuando al museo de Delicias donde se conserva una pequeña composición encabezada por la “Virgen de Aranzázu” y cuando no hay nadie dentro de sus coches, subirme, sentarme en un asiento verde y recordar aquel viaje iniciático entre Tarancón y Cuenca… ¡en el Talgo II!