domingo, 18 de mayo de 2025

Hablando de trenes.- Recuerdos del tren (XLIII): Descubriendo el AVE

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DESCUBRIENDO EL AVE

Desde finales de los ochenta seguí con mucho interés el proyecto del Nuevo Acceso Ferroviario a Andalucía (NAFA), que trataba de solucionar la permanente congestión del paso de Despeñaperros mediante una nueva vía, que desde Ciudad Real y Puertollano, y atravesando el valle de Alcudia y Sierra Morena, saliera al valle del Guadalquivir cerca de Córdoba. 

Aunque en su origen no era una línea proyectada como de alta velocidad, un cúmulo de circunstancias, entre ellas la de la celebración de la Expo de Sevilla, la hicieron evolucionar hasta convertirse en la primera línea de alta velocidad española. Tuvieron que tomarse en tiempo récord decisiones fundamentales sobre el ancho de vía y las locomotoras y trenes que habían de circular por ella, decisiones que, algunas de ellas, hoy todavía son objeto de debate.

Mi interés era tanto de carácter ferroviario como geográfico. Junto con la curiosidad por conocer en la práctica el sistema de alta velocidad y los nuevos trenes, sentía la atracción por recorrer espacios geográficos casi desconocidos para mí. Así, estuve muy al tanto de la llegada de las primeras locomotoras de la serie 252 que se harían cargo tiempo después de la tracción de los Talgos 200 y las fotografié en cuanto pude. En cualquier caso el plato fuerte era descubrir los trenes fabricados por la factoría Alsthom que integrarían la serie 100 de RENFE, la primera de alta velocidad de la Red. Su visión no me defraudó pero me di cuenta en seguida que los viajes en ellos iban a ser una experiencia muy distinta a lo que hasta ahora conocía. 

No obstante –me dije- un tren siempre es un tren y en cuanto pude, muy poco después de su inauguración en abril de 1992, me dispuse a “probar” el AVE. Saqué un billete de ida y vuelta de Madrid a Córdoba y me preparé para mi primera experiencia en alta velocidad. 

El interior del tren me pareció correcto y funcional y me agradó mucho la organización y el cumplimiento a rajatabla de los horarios, pero mi máximo disfrute fue el paisajístico. Prácticamente no me despegué de la ventanilla viendo pasar, todavía a no mucha velocidad, el entorno ferroviario de Atocha para, tras ir acelerando con rapidez, llegar en seguida a la comarca de La Sagra, dejar a la derecha los talleres del mismo nombre, y luego a la izquierda la estación de Algodor, que tantos recuerdos ferroviarios ha tenido siempre para mí. Inmediatamente atravesábamos el Tajo por un viaducto para enfilar la rampa de Almonacid que sube hasta la estructura granítica de la meseta que se extiende desde el valle del Tajo hasta los Montes de Toledo. 

Mientras ya contemplaba a lo lejos el castillo moracho de Peñas Negras, me di cuenta de algo que no me gustaba: la dificultad para obtener fotografías. Aunque la sensación de velocidad era menor de lo que yo había imaginado, la verdad es que era muy difícil sacarlas, y más aún con el tinte de las ventanillas que las hace comportarse casi como un espejo, más aún si la iluminación interior va encendida. Es algo que ya descubrí con horror en los “camellos” y que desde entonces me ha fastidiado muchas fotos desde el tren.

En fin, volvamos a la ventanilla. Tras pasar por una primera trinchera la sierra de Los Yébenes y recorrer a toda velocidad la hermosa raña del mismo nombre, atravesabámos la sierra de Las Guadalerzas por la zona de la Boca del Congosto, apareciendo de inmediato a la izquierda el pequeño castillo de Las Guadalerzas, antiguo vigilante de ese paso. Casi sin solución de continuidad se veía a la derecha y a cierta distancia la antigua estación de El Emperador y dejando atrás la sierra de la Calderina y el río Jabalón entrábamos  en Ciudad Real. 

El camino por Ciudad Real y Puertollano hasta Brazatortas me resultaba de poco interés, quizás por mi creciente impaciencia por entrar en la parte nueva del recorrido. Inmediatamente después de pasar esa última estación, la vía giró contundentemente hacia el sur y tras atravesar una pequeña alineación montañosa entrábamos de lleno en el Valle de Alcudia… ¡cuántos recuerdos de la antigua Mesta y sus ganados trashumantes, cuántas referencias cervantinas me venían cuando pasábamos cerca de la Venta de la Inés en el antiguo Camino Real hacia Andalucía…! No habían pasado más de seis o siete minutos cuando dejábamos atrás el Valle de Alcudia que habíamos cruzado de norte a sur y, tras atravesar la sierra de la Solana de Alcudia por unos túneles, llegábamos a la agreste zona de La Garganta con sus recuerdos, algunos todavía visibles –túneles, viaducto- del antiguo y largo ferrocarril de vía estrecha que conectaba Puertollano con Peñarroya y Fuente del Arco. 

Aquí empezaba el agreste y tremendamente atractivo paisaje de Sierra Morena con sus dehesas y su gran riqueza faunística. Pronto apareció el paisaje típico de Los Pedroches y atravesando algunos túneles descendíamos rápidamente por un paisaje ondulado, salpicado de casas de labor, hacia el Guadalquivir. En seguida vislumbrábamos la vía del ferrocarril convencional y junto a ella llegamos a Córdoba… sin que casi me diera cuenta que el viaje de ida ha llegado a su fin…y había ya que prepararse para disfrutar también del de vuelta. 

Quizás le extrañe al lector que me haya detenido tanto en la descripción del paisaje y lo poco que me he referido a mis impresiones del tren. Me maravilló la rapidez, la organización, la atención al viajero y la visión global geográfica que un viaje así ofrece a los que somos muy geógrafos…pero me faltaba el paso por las estaciones, la subida y bajada de viajeros, los jefes de estación….y tantas cosas de la liturgia ferroviaria que hacían de cada viaje casi una aventura…Y me preocupaba también –y lo sigue haciendo- que un medio de comunicación de estas características contribuyese, como así desgraciadamente ha sido, a robar protagonismo e inversiones al ferrocarril convencional, a lo que debería ser un gran elemento dinamizador de lo que ahora se llama la España vaciada.

Unos meses después volví al AVE para acompañar a mi padre y a mi hermana a visitar la Expo. 

La rama 03 de la serie 100 en la estación provisional de la EXPO (autor desconocido)

Mi padre, ya bastante mayor, había seguido todos estos temas con mucho interés y quería probar el nuevo tren. A la vuelta de un calurosísimo día en Sevilla, le pregunté su impresión sobre el tren y me contestó con  una expresión mezcla de estupor y un punto de desencanto: “Yo creía que la velocidad se iba a notar más”. No me lo dijo, pero al igual que me comentaba cuando viajábamos por autopistas y no pasábamos por ninguna población, creo que pensaba que esos viajes no eran “sus” viajes, que algo faltaba. Éramos dos.


1 comentario:

  1. Ya se comenzaba a vislumbrar que algo cambiaría definitivamente en el ferrocarril,a pesar de su disciplinada organización,quizá se echaba en falta ese factor más humano al que se estaba acostumbrado...Al menos,pudiste disfrutar de paisaje y recuerdos
    durante los viajes,aunque fuera en ocasiones un poco "de puntillas".Nunca he tenido ocasión de viajar en ningún tren de alta velocidad,pero,si recuerdo el ver ese cambio a través de las revistas de la época,la llegada de los primeros trenes,y recuerdo que me transmitían a través de las imagenes una sensación artificial,como de frialdad,de que ya no era lo mismo a lo que estábamos acostumbrados,aunque,por suerte,algo permanece aún!...

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