domingo, 11 de mayo de 2025

Recuerdos del tren (XLII): A Cuenca en cabina

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A CUENCA EN CABINA


En el capítulo anterior recordaba como en mayo de 1989 se puso en marcha un servicio Regional Exprés entre Cuenca y Toledo, denominado “Río Riánsares” servido por trenes TER. Naturalmente no podía dejar pasar la ocasión para recorrer una vez más ese trayecto que había hecho tantas veces por mi “línea materna” y, además, hacerlo en uno de mis trenes favoritos. De este modo, debió ser en el verano de 1991 cuando decidí hacer un viaje rápido de ida y vuelta en el “Riánsares”, aunque ello me obligaba a hacer noche en Cuenca. 

Pero, ¿y si intentaba, y conseguía, hacer parte del recorrido, sobre todo el trayecto entre Ocaña, Santa Cruz y Tarancón, en cabina? La posibilidad me atraía tanto que, ni corto ni perezoso, me dirigí por escrito a no sé que departamento de RENFE solicitando autorización para ello. Tuve suerte y me la concedieron, así que ahora tocaba aprovechar a fondo la oportunidad. 

El día del viaje llegué pronto a la estación de Toledo. El TER salía algo después de la una de la tarde pero yo ya andaba por allí sobre las doce y media contemplando al 9742 y absolutamente feliz de poder disfrutar de él casi solo para mí ya que con ese horario –una vez más los extraños horarios- muy pocos viajeros lo utilizaban. Compré mi billete en cuanto abrieron la taquilla y quedé a la espera de que llegara el revisor para enseñarle la autorización de que disponía. No hubo por su parte ninguna pega y en seguida me presentó al maquinista, que tampoco puso reparo alguno. Eso sí, quedamos que iría con él una vez hecho el cambio de cabina en la estación de Aranjuez. 

Una vez allí me dirigí  a la pequeña cabina, la del remolque, que era la que tocaba para ir hacia Cuenca.  En ella fui amablemente recibido por el maquinista, una persona joven que creo que se sintió feliz al tener compañía. Emprendimos la subida de la cuesta de Ontígola y recordé los apuros que alguna 1700 sufrió por allí en los años sesenta aunque en honor a la verdad he de reconocer que el TER tampoco subía muy alegre. Tras la parada de Ocaña, pedí permiso para continuar al menos hasta Santa Cruz; no hubo ningún problema y el maquinista me vino a decir que podía permanecer en cabina todo el tiempo que quisiera. Pasamos las paradas de Tarancón y Huete y creo recordar que fue en Castillejo del Romeral donde paramos para hacer un cruce y aproveché para hacerme una foto junto a “mi ter”.

                     Esperando un cruce en Castillejo del Romeral

Llegamos a Cuenca a media tarde, me despedí de mi ya amigo maquinista; me dijo que iba a hablar con el compañero que haría el viaje de vuelta al día siguiente por la mañana y le comentaría mi presencia. Intercambiamos direcciones y teléfonos pero la verdad es que nunca más volvimos a conectar.

Tras dar una vuelta por la ciudad me fui al hotel, cené y me acosté temprano. Tendría que levantarme sobre las cinco porque el TER salía de nuevo para Toledo hacia las seis de la mañana. Era todavía de noche cuando, más dormido que despierto, llegué a la estación y allí estaba de nuevo el 9742 con sus motores en marcha y las luces encendidas.

           Madrugada en la estación de Cuenca

 Antes de subir di una vuelta por los andenes desiertos recordando las salidas a esa misma hora, muchos años antes, del semidirecto Cuenca-Madrid, mi tantas veces recordado “tren de las nueve” de Santa Cruz, y que yo siempre imaginaba –lo que son los mitos- saliendo de Cuenca en la madrugada entre grandes heladas y nevadas.

Pero aquella madrugada del verano de 1991 la temperatura era muy agradable como muy agradable fue también la acogida del nuevo maquinista, más veterano y dicharachero que su compañero del día anterior. Ahora íbamos en la ya más amplia cabina del coche motor y me senté a un lado tratando de molestar lo menos posible. La amanecida llegó cuando enfilábamos la subida hacia el túnel de Sotoca que pasa bajo los altos de Cabrejas; un túnel que no llega al kilómetro de longitud, el único entre Aranjuez y Cuenca, pero que a mí me daba miedo de chaval cuando pasábamos por él. ¡Nunca pude imaginar que lo acabaría recorriendo en menos de dos minutos y nada menos que cómodamente sentado en la cabina de un TER!

Fue un recorrido muy hermoso pasando por Santa Cruz y todos mis territorios infantiles muy de mañana, con un cielo completamente despejado y luminoso. Una vez en Aranjuez abandoné la cabina y dormité un poco hasta la llegada a Toledo. Una vez allí me despedí muy agradecido de mi segundo maquinista y también lo hice –a mi estilo y sin que  me viera nadie- del 9742.  Luego caminé despacio y feliz hacia casa con la vista ante mí de una radiante, vieja, e imperial ciudad.

El 9742 fue dado de baja en enero de 1993, año y medio después de este viaje, y desguazado en 1996.


3 comentarios:

  1. Maravillosa experiencia de viaje,nada menos que en cabina de un formidable TER,y un también bello recorrido.Me viene muy vivamente a la memoria alguna de las pocas ocasiones que tuve de viajar también en cabina,aunque en trayectos más cortos,en alguna de mis series preferidas,acostumbrado a admirarlas bien fuera a pie de andén,o en la lejanía,o a su paso,creo que no deja uno de imaginarse,aunque lo veas desde fuera,como sería el conducirlo,como sería la experiencia en cabina...A buen seguro sentiste esa ilusión y recuerdos imborrables de la experiencia,sonidos,la facilidad de manejo de los mandos por parte del maquinista a ojos de aficionado y sus indicaciones,y ver el trazado desde esa privilegiada posición...Una experiencia a recordar de por vida...Me fascina sobremanera esa imagen tan evocadora del TER aún de madrugada...

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  2. El momento cumbre de cualquier aficionado es llegar a ir en cabina de un tren. Ya se alcanza la perfección si el maquinista te explica el manejo y la conducción. Hoy en día es más difícil ya hay que pedir permiso en muchas estaciones para acceder a los andenes sin billete, cuando la única intención es pasear junto a los trenes. Con suerte algún maquinista permite subir a alguien a cabina en la estación a tren parado, y jugándosela legalmente por culpa de unas normativas más propias de la aviación que del ferrocarril.
    He tenido la inmensa fortuna no sólo de subir a cabina, sino de ser maquinista y llevar trenes en todo su recorrido. Da gusto ver todavía hoy en día desde la cabina a los niños asombrarse al ver al tren desde el andén. Y gustosamente a muchos maquinistas nos gustaría dejarles subir, pero como ya he dicho las normas nos cortan mucho lo que podía ser la mejor divulgación posible de la cultura ferroviaria.

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    1. Me encanta esa perfecta comprensión de los sentimientos de un aficionado por parte de un maquinista. Muchas gracias!

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