domingo, 11 de agosto de 2024

Recuerdos del tren (III): Eterna gratitud

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ETERNA GRATITUD

 

Me refería en el primer capítulo a los caminos por los que en la infancia –o antes de ella- pueden surgir las vocaciones que alumbran luego toda una vida. Pero, además, existen a veces sucesos singulares que en la mente infantil quedan grabados para siempre, como también lo hacen los personajes o circunstancias que de un modo u otro intervinieron en ellos. Ese fue mi caso y lo que voy a narrar a continuación creo que también tiene que ver con mi actitud siempre comprensiva y respetuosa, cuando no entusiasta, hacia RENFE, sus trenes y sus ferroviarios. Pero empecemos presentando el escenario de los hechos.  

En aquellos finales de los cincuenta y primeros sesenta, cuando el Seat “seiscientos” ya había nacido pero aún no se había extendido de la forma en que luego lo hizo, la población hacía un uso intensivo del tren, incluso para trasladarse a un pueblo cercano. Había que casar horarios de idas y vueltas pero, dado que el servicio aún con  sus limitaciones de la época era bastante aceptable, siempre se encontraban combinaciones.

Muchas personas de Santa Cruz se trasladaban con frecuencia a Tarancón, distante unos 14 km, para hacer compras, gestiones o una simple visita a familiares. Para ello se podía coger el correo de Madrid a Valencia por Cuenca, que pasaba poco antes de las once de la mañana, y volver, bien en un mixto Cuenca-Aranjuez que salía de Tarancón si todo iba bien –que era mucho decir en el caso de los mixtos- hacia las doce y veinte, o esperar al correo Valencia-Madrid, que pasaba por Tarancón sobre las seis y veinte de la tarde. Otra posibilidad, bastante más “apretada”, pero que podía utilizarse para gestiones muy rápidas –cosa de treinta o cuarenta minutos- era tomar el mixto Aranjuez-Cuenca que pasaba por Santa Cruz sobre las cinco y veinte de la tarde y retornar en el citado correo Valencia-Madrid.

El problema surgía cuando el citado mixto venía retrasado, lo cual solía ocurrir con frecuencia. Y no porque saliera tarde de Aranjuez sino porque, también con frecuencia, tenía que maniobrar en alguna de las estaciones intermedias –normalmente en Ocaña- para tomar o dejar vagones, algo que con un poco de mala suerte podía llevar veinte o treinta minutos...o más. Esa era la razón por la que las personas que llegaban a la estación de Santa Cruz para tomarlo formulasen al jefe de estación la típica pregunta: ¿Con cuánto viene?... Las respuestas podían ser de tres tipos: a) “Viene en hora” (la menos frecuente), b) “viene con cinco (o diez o quince), y c) “¡Uhhh…si todavía no ha salido de Ocaña!”. En este último caso, las personas, -no sé si jurando en arameo por lo bajo- tomaban el camino de retorno al pueblo. En el caso de que la respuesta fuera la segunda se hacía un rápido cálculo mental y se decidía esperar al tren o marcharse. 

En fin, en aquella tarde en que con mis seis o siete años acompañé a una tía a Tarancón a comprar petróleo para el “infiernillo” de la cocina, la respuesta debió ser la a). Tomamos el mixto, más o menos a su hora, y sobre las seis menos veinte estábamos allí. No sé si calculamos –calculó mi tía- mal el tiempo o el correo de Valencia venía un poco adelantado, el caso es que cuando ya estábamos cerca de la estación oímos el pitido de la Mikado del correo y echamos a correr. Mala suerte; cuando subíamos las escaleras que conducían al edificio, el tren arrancaba entre resoplidos. Por pura inercia llegamos hasta el andén, al tiempo que yo agarraba una tremenda llantina ya que no quedaría más remedio que pasar la noche en Tarancón en casa de unos familiares… y yo no quería de ninguna manera que eso ocurriera.

El lloro debía ser tan fuerte que el jefe de estación vino a ver que nos pasaba. Viendo mi gran disgusto al buen hombre se le ocurrió una solución salvadora. En la estación había un tren de mercancías que saldría también hacia Santa Cruz cuando el correo hubiera dejado vía libre… ¿Y si nos íbamos en él?... No sé exactamente la gestión que hizo, supongo que debió hablar con el jefe de tren y éste debió compadecerse de nosotros; el caso es que de inmediato nos vimos montados en su furgón rumbo a Santa Cruz. El furgón del  jefe de tren en el caso de los mercancías era un vagón mas de este tipo donde había una cabina con una pequeña ventana y supongo que una mínima mesa y una silla. Mi tía y yo no cabíamos lógicamente en ese pequeño recinto y creo que nos ofreció un pequeño taburete donde sentarnos en otra zona del vagón que iba casi vacía. Lo que sí recuerdo con toda claridad es que, mientras mis lágrimas se iban secando, veía por la puerta corredera abierta pasar un mar de viñedos mientras que al fondo ya se vislumbraba Santa Cruz. 

 

Un aburrido jefe de tren descansa sentado en el estribo de su furgón esperando quizás algún cruce (K. Wyrsch)

Solo media hora después de a la que hubiéramos llegado con el correo estábamos de nuevo en la estación. No sé si alguien nos vio bajar o no lo quiso ver; lo que sí hicimos lógicamente fue agradecer efusivamente su amabilidad y compasión a aquel empático jefe de tren que debió saltarse bastante el reglamento para ayudarnos y enjugar las lágrimas de un chavalillo.

¿Cómo no pude yo quedar eternamente agradecido a estos dos ferroviarios y al humilde mercancías? ¡Gratitud eterna a RENFE y a sus gentes!

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Recordando a los jefes de tren de los tiempos de vapor

La Mikado tanque 141-0214 entra en Granada procedente de Moreda con el jefe de tren asomado en la puerta de su furgón (Gustavo Reder)

La 060-4002 pasa por el viaducto de Roquillo en cabeza de un largo tren de mercancías en 1961. Si se aguza la vista puede apreciarse al jefe de tren asomado a la puerta del furgón tras el tender (Harald Navé)

La 230-2126 en Soria con un tren procedente de Torralba en octubre de 1963. El jefe de tren vigila la llegada (L.G. Marshall)


3 comentarios:

  1. Emotiva historia,Ángel,a día de hoy sería imposible que acontecieran hechos como el que narras,son otros tiempos,otro ferrocarril,otras normativas y reglamentos...Siempre en el recuerdo agradecido a todos aquellos ferroviarios que de una manera u otra,dentro de sus posibilidades,se afanaban en complacer en la medida,y por encima de sus posibilidades en muchas ocasiones,las ilusiones o deseos,y facilitar en lo posible cualquier circunstancia,como lo fue en esa tan especial ocasión ese desplazamiento.No digo que a día de hoy no sea en la medida de las épocas y los tiempos,pero,es otro concepto ya muy diferente,no por la voluntad de los ferroviarios,política de empresa sencillamente,es otra concepción del ferrocarril...En mi caso,si me permites comentar,siempre agradeceré a todos aquellos ferroviarios,maquinistas,principalmente,que,cumpliendo una ilusión de niñez,o casi adolescencia,te permitían acceder a cabina o la benevolencia de jefe de depósitos que te permitían acceder sin problema a visitar las series favoritas de las tan admiradas locomotoras,a día de hoy,ya no es posible,pero,siempre dentro de las posibilidades siempre hay ferroviarios,que,aunque ya no sea en la infancia,cumplen dentro de sus posibilidades esa imperecedera ilusión y afición al ferrocarril...

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  2. Impresionantes y emotivas todas las imágenes,desde luego!,esa "Mallet"con el gran mercancías mostrando poderío,todas,por supuesto...

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  3. Eran otros tiempos en los que el ferrocarril era más humano, quizás menos seguro, pero con verdadera vocación de servicio a la sociedad. Hoy sería prácticamente imposible, y si ya entonces el jefe de estación se la jugaba, hoy cuando importa más la norma que el sentido común ni te cuento. Todavía hoy hay ferroviarios que aman su trabajo, y que si por ellos fuera te dejarían hasta ir en cabina. Pero la normativa es tajante.

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