domingo, 1 de septiembre de 2024

Recuerdos del tren (VI): ¡Qué manía con la ventanilla!

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¡QUÉ MANÍA CON LA VENTANILLA!


Comentaba en el capítulo anterior que una vez parado el tren en la estación había un rápido movimiento de personas buscando el vagón que más le convenía, bien porque pareciera que iba más vacío o porque quedaba mejor situado para sus necesidades o planes de viaje. Mis padres también se movían…pero era yo el que frecuentemente les arrastraba tirando de la mano buscando “un vagón de balconcillos”, que era en el que yo quería subir mientras mi padre refunfuñaba diciendo ¡Pero qué más dará! No era para tanto; en realidad esta situación solo se daba con el semidirecto de Cuenca, que podría llevarlos o no; no había problemas con el correo de Valencia porque nunca los llevaba ni con los mixtos entre Aranjuez y Cuenca porque éstos siempre los traían.

En aquella época yo no tenía ni idea de que esos “vagones” eran conocidos por “costas” y más aún que los “vagones de viajeros” no eran “vagones” sino “coches de viajeros”. Tampoco sabía que esos coches habían sido la apuesta de la compañía MZA para modernizar sus trenes de corta distancia; que habían sido construidos entre 1914 y 1928 en número no menor de cuatrocientos y que de ellos trece eran mixtos de primera y segunda clase, 18 de segunda y tercera, 140 de segunda y más de 200 de tercera clase; y que una de las primeras líneas que recorrieron era la que iba paralela a la costa entre Barcelona y Mataró, y de ahí, el apelativo de “costas”. Lo que si hubiera entendido es que su bastidor era metálico ya que sus grandes vigas laterales casi quedaban a la altura de mis ojos de niño cuando los veía y que la caja era de madera porque el color marrón característico del revestimiento con listones de madera de teca era su señal de identidad, la que yo buscaba afanosamente cuando el tren entraba en la estación.

Pero ¿por qué tenía esta fijación por viajar en “costas”? Pues porque en ellos era donde podía disfrutar profundamente del viaje. Con su pasillo central y sus asientos de madera enfrentados en grupos de dos y de tres, tenían entre ellos unas ventanillas muy bajas y además el cristal descendía completamente. Ello, además de permitirme una excelente visibilidad, me posibilitaba poder asomarme con mucha facilidad, casi con medio cuerpo fuera, y ver a la locomotora tomar las curvas contemplando el movimiento de las bielas; algo que hoy, en el  caso de que las ventanillas siguieran siendo practicables hubiera estado absolutamente prohibido…y probablemente con mucha razón. Sí es verdad que en los frontales de los coches había un cartel que decía “Es peligroso asomarse al exterior” como había otro con la inscripción de “Se prohíbe escupir en los coches”. Pero eso, había…. 

Conseguido que subiéramos al coche de balconcillos, yo seguía tirando de la mano de mis padres. Y ahora ¿por qué? Pues porque había que encontrar un departamento con las ventanillas libres o, al menos, una de ellas. Yo oteaba el horizonte buscando una zona donde no se vieran cabezas y donde había escasez de ellas, o incluso ninguna, me iba allí derecho. A veces todo iba bien y rápidamente me acomodaba en mi ventanilla, pero otras veces…¡horror!….el departamento estaba vacío porque había un escape de la calefacción de vapor con un gran charco de agua en el suelo…o porque algún viajero anterior había tenido un mal despertar….y en el suelo quedaba la prueba. La jugada tenía mucho riesgo porque, si pasaba eso, el resto de los viajeros ya había ido ocupando otros sitios –y ventanillas- libres y teníamos que sentarnos dónde pudiéramos….mientras alguien muy cercano refunfuñaba por lo bajo ¡Qué manía de ventanillas! A veces algún viajero se daba cuenta de la situación y me ofrecía la suya, cosa que yo –y mis padres- agradecíamos profundamente. 

Interior de un coche "costa" de tercera clase (CARRIL)

Pero esto del coche de balconcillos podía tener dos variantes: una buena y otra  mala. La “mala” es que, aunque ocurriera muy pocas veces, podía venir un “balconcillos” de la antigua compañía del Norte, mucho más destartalado e incómodo que los de MZA, con lo cual todo mi esfuerzo no había servido para nada. La “buena” es que montáramos en un “costa” pero de los de segunda clase, bien porque el tren no trajera de tercera o bien porque por alguna circunstancia el revisor nos invitara a cambiar de coche. Los “costas” de segunda tenían unos asientos acolchados comodísimos en los que te hundías un poco y te acogían con gran comodidad. Su tela era de un color poco definido como de un gris azulado al que me temo que se unía, para ennegrecerlo un poco, el poso de tantas y tantas “humanidades” que se habían sentado sobre ellos. Pero un niño no pensaba en eso; y menos en aquella época.  

Interior de un "costa" de segunda clase (CARRIL)

Muchos años después he viajado en el tren de la fresa para recordar todas aquellas sensaciones. De los cuatro “costas” que nos quedan tengo especial cariño por el CC 2439 ya que recuerdo que viajé en él y  que era uno de los “costa” que más pasaba por Santa Cruz. Recordé, pero ya no era igual: con asientos preasignados, ventanillas clausuradas, o que no bajan del todo, y personas –y personajes- tan distintos, las sensaciones ya no son las mismas. Además, ahora ya no puedes “asomarte al exterior” como antes ni hay nadie que te diga ¡Qué manía con la ventanilla!

.   Dos coches “costa” del Tren de la Fresa en la estación de Aranjuez                       _________________________


5 comentarios:

  1. Yo también tengo la manía de la ventanilla, porque si hay algo peor que tocarte pasillo es que te toque ventanilla y por la disposición de los asientos en el coche te toque literalmente la pared entre ventanillas. Cosa que pasaba con los coches diez miles del Arco. Y si por encima la mayor parte del trayecto te toca a contramarcha, el viaje se iba a hacer muy largo. Por suerte a veces iban asientos libres y, si lo pedías amablemente, a veces el interventor no te ponía pegas en sentarse en otro asiento al asignado en el billete.
    Una gran falla del material moderno es que lo puedes orientar los asientos en sentido de la marcha, cosa que si se podía hacer el los Camellos por ejemplo.

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  2. Creo que tod@s,quien más,quien menos,sobremanera si sentimos esa afición al ferrocarril hemos tenido esa costumbre,ante todo por la ilusión y la curiosidad o expectación en cada viaje de poder disfrutar de esas sensaciones y vistas,algo,desde luego,imposible a día de hoy!,pero,bueno,siempre permanecen los recuerdos como si hubieran sido recientes,máxime cuando se pueden revivir,en el caso del "Tren de la Fresa"y en el legendario "Costa"preservado.Muy interesantes las imágenes de interiores de los mismos en ambas clases!...

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  3. Exacto, tengo la misma experiencia y la misma frustración. Tiempos distintos, sensaciones parecidas!

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  4. Yo tuve la satisfacion de viajar en un costa .Seria el año 67/68 del siglo pasado.Era un tren "chater" alquilado por la Union Excursionista de esta ciudad .El trayecto era entre Hospitalet y Blanes para pasar el dia en la playa.Pasamos mi padre y yo gran parte del recorrido instalados en el balconcillo.No recuerdo que locomotora llevabamos,pero de vapòr no era.Si, como comentas Angel,un verdadero placer.Saludos.

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    1. Gracias Andrés. Sí, lo del balconcillo era toda una aventura...!

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