domingo, 29 de septiembre de 2024

Recuerdos del tren (X): Revisores

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REVISORES



Es verdad que su nombre oficial era y sigue siendo el de interventores pero en aquella época y en aquellos trenes nos referíamos siempre a ellos como revisores. Recuerdo algunas  expresiones como éstas:

-Prepara el billete que viene el revisor

-No te vayas ahora al servicio que va a venir el revisor

- ¡Señora, que se calle ese niño, que se lo voy a tener que decir al revisor!

- Ufff…como casi no llegaba y no he podido comprar el billete, el revisor me va a cobrar doble…

- Pregúntale al revisor si vamos a llegar a tiempo de empalmar con el rápido de Málaga.

- Caballero, esos bultos suyos se van a caer. Colóquelos bien o se lo tendré que decir al revisor

O bien, las del propio revisor:

- Pueden pasar ustedes al siguiente vagón, aunque sea de segunda, no se preocupen, que aquí no caben más personas…

-¿Podrían hacer un poco de sitio para este niño, por favor?

Aunque el tren llevaba su “jefe de tren”, su alma mater era el revisor. Picaba billetes, saludaba a tantos y tantos conocidos, acomodaba a las personas lo mejor posible, solucionaba como podía los pequeños entuertos sobre sitios o equipajes, recorría los vagones comunicando de viva voz cualquier incidencia, permanecía durante las paradas en el andén junto al jefe de estación asegurándose que todo estaba ya en orden para la partida, e incluso solía despedirse de muchos de los viajeros con un ¡Venga, hasta la noche!, ¡Qué se dé bien el día! o  ¡A ver si nos vemos pronto otra vez!

Antiguo revisor de RENFE (Vía Libre)


Dado mi cariño y casi mi adicción por los trenes y sus gentes, no es difícil imaginar que el revisor fuera para mí casi un semidios, un ser absolutamente admirable, y que estuviera siempre atento a lo que pudiera hacer o decir. Quizás por eso, todavía recuerdo a la perfección a tres de ellos, supongo que de la residencia de Cuenca, que eran los que solían ocuparse del semidirecto Cuenca-Madrid, del mixto Cuenca-Aranjuez y de sus inversos; servicios que, supongo, también simultaneaban con los de los trenes entre Cuenca y Valencia. Donde no viajaban era en el correo Madrid-Valencia porque los revisores que veía en él, bien con motivo de algún viaje o en mis numerosas visitas a la estación, nunca me resultaron conocidos. Probablemente pertenecían a las residencias de Madrid o Valencia y pasarían muchos de ellos por ese servicio.

Pero volviendo a mis revisores conquenses, de los que desgraciadamente nunca supe el nombre,  al que recuerdo más y con más cariño era a uno de ellos, ejemplo de afabilidad y simpatía personificada. Llegaba siempre sonriente, saludando a todo el mundo, interesándose por los problemas que pudieran tener los viajeros y de la comodidad de sus viajes y resolviendo con diplomacia, cercanía y respeto cualquier problema que pudiera suscitarse. Cuando llegábamos a Madrid o incluso a Santa Cruz, no era raro que apareciese despidiéndose, siempre con la misma simpatía con que había empezado el día.

Recuerdo a otro de ellos, algo más grueso, de no muchas palabras y quizás no tan cercano, pero siempre atento y resolutivo, y a otro más, más alto, de suave sonrisa aunque bastante callado, que siempre mostraba mucha paz en su rostro y que también se desvivía por los viajeros y porque el viaje resultara agradable. 

Qué sorprendente y también que sugerente que estas personas con las que tan poco se ha convivido y de las que no se llegará a conocer ni su nombre puedan quedar tan profundamente grabadas en la mente de un niño como si fueran de su propia familia. Y es que lo eran, aunque no de su familia de sangre. Pero, al menos, del señor Moreno, al que conocí años más tarde cuando ya estudiaba el bachillerato superior en el Instituto de Toledo, sí que llegué a conocer su apellido y quizás también el nombre, que probablemente era Agapito. El señor Moreno era un veterano revisor toledano que muchas veces prestaba servicio en un tren corto que salía de Aranjuez hacia Toledo poco antes de las ocho de la tarde, pero que, además -ahí es nada- era tío de un muy querido compañero de mi Instituto. 

Yo tomaba muchas veces ese tren los domingos por la noche cuando retornaba a Toledo tras pasar el fin de semana en Santa Cruz. Salía del pueblo en el correo de Valencia a Madrid que pasaba sobre las siete menos veinte y llegaba a Aranjuez a las siete y media. Mi ánimo solía andar un poco bajo porque, apegado a mis padres y a mi casa, me suponía una gran tristeza volver a Toledo. Todo nostálgico, y a veces medio lloroso, me apeaba en Aranjuez y por el pasadizo subterráneo, siempre con su luz mortecina pero con sus hermosos azulejos, me dirigía al andén donde ya estaba formado el tren de Toledo. Sobre todo en invierno la imagen que encontraba aumentaba más mi tristeza: en un andén casi a oscuras, el vapor y el humo de la máquina –que debía ser una Linke-Hoffman tipo 230- y los resplandores pulsantes de su fuego ofrecían una sensación y un ambiente absolutamente de soledad y nostalgia, que luego, muchos años después, vi perfectamente reflejado en esa intimista pero gran película inglesa que se llama “Breve encuentro”. 
Una "Linke-Hoffman" en la estación de Toledo en el verano de 1962 (Harald Navé)

Sin embargo, había algo que me daba ánimos: subiría al tren y allí estaría el señor Moreno, el tío de mi mejor amigo. Y aunque no hablara nada con él –de hecho solo lo hice un par de veces en conversaciones muy fugaces- sentía el calor de un revisor que, además, de algún modo, era también mi familia.

1 comentario:

  1. Muy hermosa y emotiva semblanza nuevamente de aquellos ferroviarios y épocas,siempre dispuestos con su mejor atención y voluntad a solucionar cualquier incidencia,fuera buena o mala en los trenes,o,fuera de ellos,desde luego!,por supuesto,no digo que a día de hoy no sea de la misma manera,por supuesto,pero,no se proliferan tanto como antaño,cuya presencia,en cualquier circulación por muy cercano que fuera el trayecto era impensable...Yo siempre me referí a ellos como "interventor",aunque,por supuesto como tú mismo y muchos otros viajeros lo denominaban "revisor",¡costumbres!,siempre recuerdo,si me permites comentar,era yo bastante niño,en un viaje hacia Bilbao en FEVE,desde Santander,era una composición formada por Alsthom 1000 y diversos vagones,el "correo",era vísperas de Navidades,con muchísimo frío,era ya tarde-noche,no todos los vagones estaban dotados de calefacción,y el interventor nos acomodó,junto a otro pequeño grupo de personas que viajábamos,-los pocos-en un vagón dotado de ella,siempre ha permanecido en mi memoria...La verdad,se les echa mucho en falta en algunos servicios,y el inolvidable "ceremonial"de la muestra del billete y su verificación y "picado",a día de hoy de manera "digital",o aquellos grandes billetes que se extendía al viajero en caso ocasional de no haber taquilla o subir por el motivo que fuera sin billete...En un viaje hace un par de años en el "Regional Exprés"Valladolid-Santander,tuve una agradable conversación con el revisor acerca de la sustitución puntual de las 470 habituales en este servicio por 447,o la presencia ocasional de alguna 440 de León,o los 449 en los "Playeros"...Sirvan estas hermosas reflexiones por tí publicadas como el mejor homenaje a la figura de estos y otros muchos insustituibles ferroviarios cuya mejor voluntad era la mejor imagen de servicio en el ferrovarril...

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